El cambio climático influye en la transición demográfica



La influencia de la transición demográfica en el cambio climático

Fecha de Publicación
: 24/12/2019
Fuente: La Vanguardia (España)
País/Región: Internacional


Los países desarrollados deberían enriquecerse antes de envejecer y ampliar la fuerza de trabajo, rompiendo los límites de edad e incorporando a más mujeres. El aumento de la población, que durará hasta mediados del siglo XI, y la urbanización no tendrán tanto efecto sobre el cambio climático como las políticas destinadas a rebajar su efecto
Gracias a los avances en la higiene y las posibilidades de tratamiento médico (en especial, al desarrollo de los antibióticos), la población mundial ha podido crecer en un modo sin precedentes tras el final de la Segunda Guerra Mundial.
Frente a los 2.500 millones de habitantes en torno a 1950, hoy el planeta cuenta con más de 7.500 millones. Este espectacular incremento también puede explicarse por el desajuste histórico entre el descenso de las tasas de mortalidad y el posterior descenso de las tasas de natalidad.
Si bien en situaciones de elevada mortalidad los padres deciden tener mayor número de hijos (para asegurarse de que haya alguien que pueda cuidar de ellos si llegan a una edad muy avanzada), en muchas sociedades no se transmite con la suficiente rapidez la noticia del descenso de las tasas de mortalidad y la implicación de que bastará tener un menor número de hijos, lo cual conduce a un intenso impulso demográfico.
Entre los especialistas es todavía objeto de debate si se está produciendo una convergencia global de los regímenes demográficos y si todas las sociedades acabarán pasando por el proceso de transición demográfica. Lo que está claro es que esos cambios no se han producido a la vez en todas las sociedades del mundo y que un creciente desajuste temporal conduce a mayores diferenciales nacionales en las pirámides de edad de la población.

El imperativo para los países en desarrollo en rápido proceso de envejecimiento tendrá que ser ‘enriquecerse antes de envejecer’ para asegurar los sistemas sociales
Por lo tanto, antes incluso de considerar el cambio climático, las sociedades contemporáneas del mundo se enfrentan a un diverso abanico de desafíos demográficos. La pirámide de edad de los países en los que la fertilidad sigue siendo elevada está dominada por una elevada proporción de niños y adolescentes cuya alimentación y educación debe garantizarse antes de que, como es de esperar, accedan al mercado de trabajo y se ganen la vida. Tras su explosivo crecimiento demográfico (cuyo ritmo no han sido capaces muchas veces de seguir las cosechas agrícolas), esos países tienden a mostrar una fuerte dependencia de las importaciones internacionales de alimentos.
Otra cara de la misma moneda es la sobreexplotación del suelo y los recursos naturales, muy favorecedora del conflicto incluso en condiciones medioambientales normales. En ausencia de capacidades para las técnicas modernas de producción agrícola, esa situación ha conducido en el siglo XX a la guerra civil, la hambruna y el desplazamiento forzoso de millones de personas. Esa combinación catastrófica no dejará de verse agravada por el cambio climático.
Por otra parte, también los países que se encuentran en las últimas etapas de la transición demográfica se ven luchando con las consecuencias de una pirámide de edad desequilibrada que hace mucho tiempo que ha dejado de poder representarse con forma de pirámide.
En la actualidad suele tener ya forma de urna y alcanzará la forma de pirámide invertida cuando los grupos de mayor edad sean también los más numerosos. A largo plazo, se producirá de nuevo un descenso cuando las cohortes más pequeñas vayan llegando a la edad de jubilación. Sin embargo, al menos a medio plazo, el imperativo para las sociedades en desarrollo en rápido proceso de envejecimiento tendrá que ser enriquecerse antes de envejecer.
De otro modo, se calcula que el envejecimiento planteará en esos países graves desafíos a los sistemas sociales, las pensiones y los planes de seguro médico a medida que una proporción creciente de clases pasivas tenga que ser mantenida por una población en edad activa cada vez menor.
Esa situación es considerada responsable de la falta de capacidad de innovación y de dinamismo económico e incluso de la creación de unas situaciones gerontocráticas, dado el aumento constante de la edad media del electorado.

El envejecimiento planteará graves desafíos a los sistemas sociales, las pensiones y los planes de seguro médico de los países que están sufriendo la transición demográfica
Con todo, esos espantosos escenarios no son inevitables. Son el resultado de unas tasas continuamente bajas de participación femenina en el mercado laboral y de la supuesta inmutabilidad de los límites de edad. En las sociedades donde la proporción de las mujeres en el mercado laboral aumenta y los límites de edad pueden adaptarse de modo flexible a los incrementos de la esperanza de vida, las predicciones acerca de la futura crisis de envejecimiento son mucho menos pesimistas.
Además, no todos los que tienen más de 65 años son dependientes o necesitan cuidados. Hay cada vez más personas que llegan a edades avanzadas gozando de buena salud, manteniendo un estilo de vida dinámico y en ocasiones cuidando a otros. Y también ocurre que los ancianos de hoy tienden a poseer una mayor educación que las cohortes del pasado.
Se ha visto que esa ventaja relacionada con el capital humano ha ayudado a mitigar muchos de los inconvenientes relacionados con la edad, como el hecho de que gran parte de la riqueza del mundo siga concentrada en sociedades que envejecen.
En el contexto del cambio climático, esa concentración incrementada de la riqueza se relaciona, por una parte, con el riesgo de mayores daños económicos; por otra, las mayores capacidades económicas, junto con la mayor dotación en capital humano, también reducen la vulnerabilidad relacionada con la edad a los fenómenos meteorológicos extremos.

En sociedades donde la proporción de mujeres en el mercado laboral aumenta y los límites de edad son flexibles a los incrementos de la esperanza de vida, las predicciones sobre la crisis de envejecimiento son menos pesimistas
Otra solución posible a la crisis del envejecimiento consistiría en permitir la entrada de jóvenes procedentes de otros países. El movimiento de población entre un norte envejecido y un sur juvenil podría verse impulsado en gran medida en el futuro por los efectos del cambio climático; un cambio climático con el potencial de desplazar a enormes cantidades de personas de esa parte del mundo en desarrollo que según se estima sufrirá sus peores consecuencias.
No obstante, es incierto el modo en que cambiarán las actitudes hacia la inmigración en esas futuras sociedades envejecidas cada vez más dependientes de los emigrantes para rejuvenecer su fuerza de trabajo. Está por ver que sea posible hallar el respaldo suficiente para los cambios políticos necesarios, lo cual convierte a la emigración en el componente demográfico más incierto –de lejos– de todos los que contribuyen al cambio poblacional.
Además, tanto el envejecimiento como la emigración tienen el potencial de crear grupos marginales, con unas vulnerabilidades que podrían agravarse por el cambio climático ya que tanto los ancianos como quienes viven en los márgenes de la sociedad carecen con frecuencia de los medios necesarios para adaptarse a los cambios meteorológicos, como las olas de calor o de frío.
Debido a las grandes disparidades económicas entre el sur global y el norte global, resultantes en parte de la asincronicidad en la transición demográfica, las corrientes migratorias mundiales han aumentado en cifras absolutas. Sin embargo, ese incremento concuerda con las tendencias generales del crecimiento demográfico mundial.
A pesar de la globalización, la migración no ha aumentado en términos relativos desde la década de 1950. Además, la mayoría de las migraciones se producen entre regiones, más que entre continentes. Hay que añadir, de todos modos, que todavía no disponemos de las cifras más recientes con las alteraciones provocadas por la primavera árabe.
Otro tipo de redistribución espacial de las poblaciones que ha adquirido un enorme impulso a lo largo del siglo XX es la urbanización. Hacia 1950 sólo vivía en ciudades un 30% de la población mundial, pero en el 2015 esa proporción alcanzó ya un 54%. En el 2050, las Naciones Unidas predicen que el porcentaje llegue a un 66,5%.
Sin embargo, también aquí existen enormes diferencias regionales: en el mundo desarrollado, que ya se encuentra muy urbanizado, se pronostica un porcentaje de un 88%. Este enorme incremento es debido a un crecimiento endógeno propio, pero también es consecuencia del desplazamiento de jóvenes mayoritariamente a las ciudades desde zonas rurales, expuestas así a un riesgo mayor de envejecimiento. Según la ONU, la mayor parte del crecimiento demográfico futuro tendrá lugar en las ciudades.

Urbanización

Naciones Unidas predice que el 20150 el 66,5% de la población vivirá en ciudades
Como en sus inicios históricos, la urbanización está vinculada a las expectativas de mejores oportunidades laborales, mayor acceso a los servicios sanitarios y progreso en las condiciones de vida. Pero existe también el temor de un empobrecimiento creciente de los subgrupos de población marginalizados.
Por ejemplo, si bien la porción de población urbana del África subsahariana que vive en suburbios ha disminuido ligeramente desde 1990 de acuerdo con los Objetivos de Desarrollo del Milenio de la ONU, en el 2014 ese porcentaje todavía se encontraba en un pasmoso 55,2%, lo cual incide en la necesidad de planificar el desarrollo urbano futuro de un modo sostenible que proteja las crecientes poblaciones urbanas frente a las consecuencias perjudiciales para la salud de la degradación ambiental.
Hasta ahora, el examen sistemático de la bibliografía sobre los efectos de la urbanización sobre la salud humana sigue ofreciendo un panorama dispar. Aunque cabe preguntarse si eso no cambiará en una época de calentamiento global acelerado. Bajo circunstancias ideales, la urbanización puede ayudar a superar muchos de los problemas de salud a los cuales se enfrentan hoy los habitantes del mundo en desarrollo (y, en particular, la malnutrición).
Ahora bien, debido al efecto urbano de isla térmica, las ciudades se calientan mucho más y tardan más tiempo también en enfriarse en comparación con las localidades rurales. Algunos analistas afirman que ese efecto podría incluso revertir o frenar el proceso de urbanización. Además, la urbanización en el mundo en desarrollo se caracteriza a menudo por la creación de las llamadas zonas de riesgo climático.

Las ciudades se calientan mucho más y tardan más tiempo también en enfriarse en comparación con las localidades rurales
De resultas, los grupos en desventaja socioeconómica, que no pueden permitirse los elevados precios de las ciudades pero que a pesar de ello obedecen a la llamada de la urbanización y su promesa de mejores oportunidades económicas, se hallan expuestos a un riesgo mayor de padecer fenómenos meteorológicos extremos. Así, para que se materialicen las expectativas relacionadas con la urbanización, ésta deberá ir acompañada de una planificación urbana orientada al futuro, así como de un informado programa político de salud.
Y también existen efectos de la urbanización sobre el cambio climático. Debido a la modificación de las pautas de uso de la tierra y al sellado de las superficies del suelo en las zonas urbanas, cabe esperar que la urbanización contribuya en el futuro al calentamiento global. Sin embargo, la magnitud del efecto dependerá de la densidad y la extensión urbanas.
En función de las condiciones climáticas locales y la disponibilidad de transporte público, una mayor concentración de la población también podría contribuir a atajar las emisiones gracias a una reducción en la necesidad de transporte.
Por otra parte, un acceso mejorado a las redes energéticas puede conducir a un mayor consumo de energía. Independientemente de todo eso, se espera que la globalización aumente la frecuencia y la intensidad del flujo global de personas, bienes y servicios.
No cabe duda de que las proyecciones acerca del desarrollo demográfico aumentan su grado de incertidumbre a medida que se adentran en el futuro, pero el terreno del que parten las tendencias –al menos para las próximas dos décadas– ha sido trazado por el fuerte crecimiento de población del siglo XX. Y, por lo tanto, se encuentra ya incrustado en la actual estructura de edad de la población.
A pesar de unas tasas de fecundidad en declive (más de la mitad de la población mundial vive hoy en países con una fecundidad por debajo del nivel de reemplazo de una media de 2,1 hijos por mujer), cabe esperar que la población del mundo siga creciendo hasta bien avanzada la segunda mitad del siglo XXI.
Además del continuado incremento de la esperanza de vida (en particular, en el mundo en desarrollo que todavía está poniéndose al día de los progresos en los estilos de vida favorecedores de la salud, así como en capacidades médicas y tecnológicas), el factor que proporciona más confianza a los demógrafos a la hora de realizar semejantes afirmaciones es el impulso demográfico, es decir, la inercia del sistema poblacional.

Un mayor tamaño poblacional no es equivalente a mayor número de contaminadores, los hábitos de consumo, así como las fuentes de energía utilizadas, son también muy importantes a la hora de determinar el impacto medioambiental
El crecimiento demográfico futuro tampoco se extenderá de modo uniforme por todo el planeta. Mientras que la población ya se reduce en buena parte de Europa oriental y Asia oriental, las elevadas tasas de fecundidad siguen permitiendo el rápido crecimiento de las poblaciones en buena parte del continente africano.
Además, India está a punto de convertirse en el país más poblado del mundo, mientras China se dirige con lentitud hacia la estabilización gracias a su hoy abandonada política del hijo único y a los grandes esfuerzos realizados en el ámbito de la educación.
Sin embargo, en relación con la huella ecológica, no resulta evidente que un mayor tamaño poblacional sea equivalente a mayor número de contaminadores, puesto que los hábitos de consumo, así como las fuentes de energía utilizadas, son también muy importantes a la hora de determinar el impacto medioambiental.
Desde esa perspectiva, el hecho de que buena parte del rico mundo desarrollado siga sin reducir su contaminación parece ser para la estabilización climática un desafío aun mayor que las crecientes poblaciones de las partes más pobres del planeta.
En semejante contexto, hay que oponerse con fuerza a la generalizada convicción (no sólo entre legos, sino también entre demógrafos) de que todas las sociedades deberían apuntar a una fecundidad cercana al nivel de reemplazo para no cambiar de tamaño: si presuponemos que unas futuras cohortes de nacimientos más pequeñas estarán dotadas de mayor capital humano (ante todo, por las crecientes inversiones en educación) y, por lo tanto, de mayor productividad que sus padres y abuelos, se ve claramente que es preferible una fecundidad muy por debajo del nivel de reemplazo. Debido al descenso demográfico, la menor fecundidad contribuirá también a una moderación del cambio climático.
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