¡Las plantaciones no son bosques!
Día Internacional de Lucha contra los Monocultivos de Árboles
Fecha de Publicación: 21/09/2015
Fuente: World Rainforest Movement
País/Región: Internacional
Entre las plantaciones de monocultivos de árboles para uso industrial - principalmente eucalipto, pino, caucho, acacia y palma aceitera - promovidas en varios países y continentes, las de palma aceitera son las que se han expandido más rápidamente en las últimas décadas. En el período 1990-2010 se triplicaron a escala mundial, especialmente en Indonesia y Malasia.
Hasta no hace mucho, los proveedores locales de aceites y grasas - incluido el aceite de palma en muchos países africanos - eran quienes dominaban los mercados nacionales de aceites vegetales, y las políticas y reglamentaciones nacionales protegían a los productores locales de aceite vegetal de las importaciones baratas. Pero en los últimos 15 años, una serie de tratados de libre comercio eliminó la mayoría de esas protecciones en varios países, abriendo las puertas a productos más baratos. Y en este momento, es el caso de la palma aceitera. Esta situación está provocando la última tendencia expansiva de las plantaciones industriales de palma aceitera, no sólo en Indonesia y Malasia sino también en países de África y América Latina cercanos al Ecuador, donde las condiciones climáticas son propicias para el crecimiento de la palma aceitera. Otra tendencia que promueve la expansión proviene sobre todo de Europa, y tiene que ver con la creciente demanda europea de agrocombustibles. La expansión exponencial de las plantaciones industriales de palma aceitera tiene un precio muy alto: un creciente número de impactos económicos, sociales, culturales y ambientales que causan importantes pérdidas de biodiversidad y afectan a las comunidades de los países y regiones donde se expanden.
A partir del sistema de certificación de la Mesa Redonda sobre el Aceite de Palma Sostenible (RSPO, por su sigla en inglés) - con su falsa promesa de “sostenibilidad” de productos de las plantaciones industriales de palma aceitera - y de nuevos sistemas de certificación similares, promovidos especialmente en Indonesia, la tendencia más reciente de la política de “responsabilidad empresarial” en el sector de la palma aceitera es el compromiso para con una política llamada “deforestación cero”. Los principales actores de un sector dominado por empresas transnacionales y grandes instituciones financieras ya han hecho esas promesas de “deforestación cero”, promovidas también por las grandes ONG conservacionistas que colaboran estrechamente con las transnacionales del sector. Sin embargo, se trata de compromisos voluntarios y no de normas vinculantes. En segundo lugar - y quizás lo más importante -, los informes desde el terreno ya revelan que, a posteriori de haber formulado esos compromisos, existen numerosas denuncias de violaciones ambientales y sociales de las empresas. Un ejemplo son las denuncias sobre Wilmar y sus actividades en Uganda, donde la expansión de sus plantaciones de palma aceitera ha provocado el desplazamiento de campesinos. Lo más inquietante, tal vez, de estos “compromisos” publicados por las empresas de aceite de palma, es que no tienen como objetivo poner fin a la expansión industrial de la palma aceitera. Peor aún, esas promesas sugieren que la deforestación es el único y principal problema de las plantaciones industriales de palma aceitera.
Por supuesto que la expansión de las plantaciones industriales de palma aceitera y de árboles en general es responsable de millones de hectáreas de deforestación. Los bosques son cruciales y es imperioso detener la deforestación, entre otros motivos también porque los bosques proporcionan los medios de vida y sustento, y constituyen el hogar de las comunidades que de ellos dependen. Pero el interés de las empresas en proteger a los bosques no es por el bienestar de las poblaciones locales o la genuina conservación de los hábitats y especies; con una lógica orientada al lucro, lo crucial para ellas es que los bosques - y especialmente los árboles - han cobrado importancia para el “capitalismo verde” por su condición de almacenar carbono y biodiversidad, una fuente potencial de créditos de carbono y biodiversidad que pueden venderse a países y empresas contaminantes.
Las políticas REDD+ y similares a REDD+, que promueven el financiamiento de la conservación de los bosques a través de la venta de créditos de carbono y biodiversidad de zonas de bosque, pueden beneficiar a las empresas brindándoles acceso a dichas zonas a través de concesiones o títulos de tierras para el establecimiento de plantaciones. Los mercados de carbono y biodiversidad pueden, así, canalizar dinero a las empresas de palma aceitera para la conservación de esas zonas de bosque que tienen un llamado “alto valor de carbono”, y que las grandes compañías palmícolas han estado identificando en sus concesiones de tierras a través de consultores contratados en todo el mundo. Pero conservar áreas con “alto valor de carbono” no resuelve los problemas fundamentales de un sector basado en las plantaciones industriales a gran escala, que requieren un uso importante de agua, agrotóxicos, fertilizantes químicos y energía fósil, y ocupan enormes territorios en los que vivían o de los que dependían numerosas personas. Y con proyectos de expandirse cada vez más, lejos de ofrecer una solución real al cambio climático, el sector palmícola continuará contribuyendo a la alteración del clima. Los más afectados por este tipo de políticas serán los pueblos de los bosques y las comunidades campesinas, que verán cómo las plantaciones de palma aceitera se incrementarán, restringiéndoles cada vez más el acceso a sus tierras y bosques. Para ellos, que no son responsables en absoluto del actual problema del cambio climático, no sólo es importante el bosque con “alto valor de carbono” sino que todas las áreas que ocupan y controlan son de vital importancia para sus medios de vida y su futuro.
Los gobiernos de los países productores de aceite de palma, junto con las empresas transnacionales del sector, han reclamado activamente, además, que las plantaciones de palma aceitera sean recategorizadas, de forma que de cultivo agrícola pasen a ser “bosques”, no solamente en sus propios países sino también a escala internacional. De acuerdo con la actual definición de la FAO, un bosque es básicamente un área con una cobertura arbórea. El objetivo es garantizar el acceso a la “oportunidad” que representa un potencial acuerdo REDD+ en el marco de las negociaciones de la ONU sobre el clima a celebrarse en París a finales de este año, para poder vender créditos de carbono en el futuro, utilizando los absurdos argumentos de promover la “deforestación neta cero” o “reforestación”.
Además, el énfasis en la deforestación tiende a prestar menos atención a toda la gama de impactos que causan las plantaciones industriales de palma aceitera en numerosos países, como por ejemplo:
- Destrucción de medios de vida locales y desplazamientos. Las regiones en las que se están promoviendo las plantaciones de palma aceitera constituyen el hogar de campesinos y pueblos indígenas, y son zonas de bosques tropicales de los que estas comunidades dependen económica, social, espiritual y culturalmente. Es por eso que las plantaciones industriales de palma aceitera provocan la pérdida de tierras y por lo tanto de los medios de vida de las comunidades, y dentro de ellas especialmente de las mujeres debido a su relación específica con el bosque, dando como resultado el desplazamiento de estas comunidades. Los casi 20 millones de hectáreas ocupados actualmente por plantaciones industriales de palma aceitera en América Latina, África y Asia, han quitado perspectivas de futuro a numerosas personas cuyos territorios han sido invadidos y sus bosques destruidos. Esta destrucción ha afectado gravemente la soberanía alimentaria no sólo de las comunidades sino de regiones enteras.
- Madereo destructivo y violaciones de los derechos humanos. En numerosos casos, estas plantaciones son también un resultado del madereo devastador que en el pasado allanó el camino para la entrada de las plantaciones de palma aceitera. Se estima que sólo en Sabah y Sarawak (los dos estados de Malasia en Borneo), el tamaño de las plantaciones de palma aceitera - que seguramente implicaron conversiones de bosques y/o violaciones de derechos indígenas consuetudinarios sobre la tierra - alcanzó en 2014 un total de 1,5 millones de hectáreas: 1,1 millones de hectáreas en Sarawak y 0,4 millones de hectáreas en Sabah. Por otra parte, hace más de una década que se continúa con el procedimiento de desmonte mediante la quema para el establecimiento de plantaciones de palma aceitera en, lo que ha provocado una bruma que se mantiene casi todo el año en el sudeste de Asia. Esta práctica no sólo daña el ambiente sino también la salud de millones de ciudadanos.
- Acceso privilegiado a la tierra para las empresas, no para las comunidades. La introducción del modelo de cultivo industrial de la palma aceitera en un determinado país o zona a través de concesiones de tierras, garantiza a las empresas un acceso privilegiado a tierras agrícolas durante largos períodos, aumentando su poder e influencia. En el caso de América Latina, en que el Estado brinda incentivos para la adquisición titulada de la tierra y la propiedad individual de tierras estatales - dando pie a la especulación financiera -, el proceso promueve una mayor privatización y concentración de la tierra. En todos los casos, las luchas para garantizar los derechos colectivos de las comunidades sobre sus territorios y una agricultura diversificada y agroecológica controlada por estas comunidades, tienden a ser cada vez más difíciles. Los gobiernos y las organizaciones internacionales que apoyan el desarrollo de la agricultura industrial no suelen escuchar las demandas de las comunidades, y en general argumentan que las plantaciones de palma aceitera las beneficiarán porque generarán empleo.
- Condiciones de trabajo miserables. Los puestos de trabajo terminan resultando ser pocos, y las condiciones de trabajo en las plantaciones de palma de aceite son a menudo similares a la esclavitud. Por otra parte, en numerosos casos se ha documento la existencia de trabajo infantil, así como abuso de drogas entre los trabajadores, y prostitución. Los trabajadores también se ven especialmente afectados por la obligación de aplicar agrotóxicos en las plantaciones de monocultivos, incluso productos prohibidos en varios países. Dadas las pesadas condiciones climáticas de altas temperaturas en las que puede crecer la palma aceitera, el uso de equipo de protección resulta muy incómodo. Pero aun utilizando adecuadamente el equipo, hay testimonios que revelan que los trabajadores no tienen seguridad de que no quedarán expuestos a dosis que son una amenaza para su salud. Muchos se enferman por el resto de sus vidas, sin poder contar con ningún tipo de compensación. La situación de los trabajadores se vuelve aún peor en la actual crisis económica mundial, en la que las empresas procuran mantener sus ganancias gastando mucho menos en lo que llaman “costos laborales”.
- Aumento de la criminalización de los movimientos sociales y la oposición local. Un aspecto muy preocupante también es que las comunidades y las organizaciones que las apoyan, así como los trabajadores de las plantaciones de palma aceitera, deben enfrentar una creciente tendencia mundial a la violación de los derechos humanos, entre ellos la criminalización. En Honduras solamente, en los últimos 10 años cerca de 140 personas - principalmente integrantes de comunidades - resultaron muertas como consecuencia de los conflictos entre las comunidades y las empresas de palma aceitera. También en otros países hubo asesinatos, detenciones y persecuciones de quienes tan solo luchaban en defensa de los derechos colectivos de las comunidades sobre sus territorios y se oponían a la invasión de sus territorios por las empresas palmícolas. Por otro lado, las empresas pueden contar con todo tipo de protección brindada por las fuerzas de seguridad del Estado, como la policía y hasta el ejército.
Desde 2006, se ha establecido el 21 de setiembre como el Día Internacional de Lucha contra los Monocultivos de Árboles, con el objetivo de aumentar la visibilidad del creciente número de pueblos y comunidades, a menudo los más marginados, y entre ellos en especial las mujeres y los jóvenes, que están luchando en diferentes lugares y países en contra de los monocultivos industriales de palma aceitera y otras plantaciones de monocultivos de eucaliptos, pinos, acacias y caucho. Este Día es una manera de romper el círculo de silencio en torno a las violaciones enfrentadas por las comunidades cuyos territorios son invadidos y rodeados por estos monocultivos.
Los actuales intentos de “maquillar de verde” al sector industrial de la palma aceitera y también a otras plantaciones a gran escala con los compromisos de “deforestación cero” o de “mejorar” las plantaciones a través de sistemas de certificación como la RSPO y nuevos sistemas relacionados, manteniendo al mismo tiempo la lógica de la expansión ilimitada, son otra amenaza de que más comunidades pierdan sus tierras y medios de vida. Es por eso que condenamos el modelo de crecimiento a gran escala orientado a la exportación, que actualmente impulsa la expansión de la palma aceitera en todo el mundo. No hay manera de que los monocultivos de árboles a gran escala sean aceptables, ni para las comunidades locales ni para un mundo que enfrenta una severa crisis con síntomas múltiples, entre ellos el cambio climático, el deterioro económico y ambiental, y el aumento de la militarización y las violaciones de los derechos humanos.
En los países donde las plantaciones industriales de palma aceitera ocupan grandes extensiones de tierra, los gobiernos deberían dar prioridad absoluta a las demandas de las comunidades, apoyar su control sobre las tierras y los bosques de los que dependen, en lugar de adoptar políticas que faciliten la entrega de esos territorios a empresas transnacionales. Exhortamos, además, a los gobiernos a invertir en la producción local diversificada de alimentos y en la soberanía alimentaria, como la mejor forma de apoyar a las comunidades y también a las economías locales y nacionales, a la vez de promover una mayor justicia social y ambiental.
“¡Las plantaciones no son bosques!”
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Fecha de Publicación: 21/09/2015
Fuente: World Rainforest Movement
País/Región: Internacional
Entre las plantaciones de monocultivos de árboles para uso industrial - principalmente eucalipto, pino, caucho, acacia y palma aceitera - promovidas en varios países y continentes, las de palma aceitera son las que se han expandido más rápidamente en las últimas décadas. En el período 1990-2010 se triplicaron a escala mundial, especialmente en Indonesia y Malasia.
Hasta no hace mucho, los proveedores locales de aceites y grasas - incluido el aceite de palma en muchos países africanos - eran quienes dominaban los mercados nacionales de aceites vegetales, y las políticas y reglamentaciones nacionales protegían a los productores locales de aceite vegetal de las importaciones baratas. Pero en los últimos 15 años, una serie de tratados de libre comercio eliminó la mayoría de esas protecciones en varios países, abriendo las puertas a productos más baratos. Y en este momento, es el caso de la palma aceitera. Esta situación está provocando la última tendencia expansiva de las plantaciones industriales de palma aceitera, no sólo en Indonesia y Malasia sino también en países de África y América Latina cercanos al Ecuador, donde las condiciones climáticas son propicias para el crecimiento de la palma aceitera. Otra tendencia que promueve la expansión proviene sobre todo de Europa, y tiene que ver con la creciente demanda europea de agrocombustibles. La expansión exponencial de las plantaciones industriales de palma aceitera tiene un precio muy alto: un creciente número de impactos económicos, sociales, culturales y ambientales que causan importantes pérdidas de biodiversidad y afectan a las comunidades de los países y regiones donde se expanden.
A partir del sistema de certificación de la Mesa Redonda sobre el Aceite de Palma Sostenible (RSPO, por su sigla en inglés) - con su falsa promesa de “sostenibilidad” de productos de las plantaciones industriales de palma aceitera - y de nuevos sistemas de certificación similares, promovidos especialmente en Indonesia, la tendencia más reciente de la política de “responsabilidad empresarial” en el sector de la palma aceitera es el compromiso para con una política llamada “deforestación cero”. Los principales actores de un sector dominado por empresas transnacionales y grandes instituciones financieras ya han hecho esas promesas de “deforestación cero”, promovidas también por las grandes ONG conservacionistas que colaboran estrechamente con las transnacionales del sector. Sin embargo, se trata de compromisos voluntarios y no de normas vinculantes. En segundo lugar - y quizás lo más importante -, los informes desde el terreno ya revelan que, a posteriori de haber formulado esos compromisos, existen numerosas denuncias de violaciones ambientales y sociales de las empresas. Un ejemplo son las denuncias sobre Wilmar y sus actividades en Uganda, donde la expansión de sus plantaciones de palma aceitera ha provocado el desplazamiento de campesinos. Lo más inquietante, tal vez, de estos “compromisos” publicados por las empresas de aceite de palma, es que no tienen como objetivo poner fin a la expansión industrial de la palma aceitera. Peor aún, esas promesas sugieren que la deforestación es el único y principal problema de las plantaciones industriales de palma aceitera.
Por supuesto que la expansión de las plantaciones industriales de palma aceitera y de árboles en general es responsable de millones de hectáreas de deforestación. Los bosques son cruciales y es imperioso detener la deforestación, entre otros motivos también porque los bosques proporcionan los medios de vida y sustento, y constituyen el hogar de las comunidades que de ellos dependen. Pero el interés de las empresas en proteger a los bosques no es por el bienestar de las poblaciones locales o la genuina conservación de los hábitats y especies; con una lógica orientada al lucro, lo crucial para ellas es que los bosques - y especialmente los árboles - han cobrado importancia para el “capitalismo verde” por su condición de almacenar carbono y biodiversidad, una fuente potencial de créditos de carbono y biodiversidad que pueden venderse a países y empresas contaminantes.
Las políticas REDD+ y similares a REDD+, que promueven el financiamiento de la conservación de los bosques a través de la venta de créditos de carbono y biodiversidad de zonas de bosque, pueden beneficiar a las empresas brindándoles acceso a dichas zonas a través de concesiones o títulos de tierras para el establecimiento de plantaciones. Los mercados de carbono y biodiversidad pueden, así, canalizar dinero a las empresas de palma aceitera para la conservación de esas zonas de bosque que tienen un llamado “alto valor de carbono”, y que las grandes compañías palmícolas han estado identificando en sus concesiones de tierras a través de consultores contratados en todo el mundo. Pero conservar áreas con “alto valor de carbono” no resuelve los problemas fundamentales de un sector basado en las plantaciones industriales a gran escala, que requieren un uso importante de agua, agrotóxicos, fertilizantes químicos y energía fósil, y ocupan enormes territorios en los que vivían o de los que dependían numerosas personas. Y con proyectos de expandirse cada vez más, lejos de ofrecer una solución real al cambio climático, el sector palmícola continuará contribuyendo a la alteración del clima. Los más afectados por este tipo de políticas serán los pueblos de los bosques y las comunidades campesinas, que verán cómo las plantaciones de palma aceitera se incrementarán, restringiéndoles cada vez más el acceso a sus tierras y bosques. Para ellos, que no son responsables en absoluto del actual problema del cambio climático, no sólo es importante el bosque con “alto valor de carbono” sino que todas las áreas que ocupan y controlan son de vital importancia para sus medios de vida y su futuro.
Los gobiernos de los países productores de aceite de palma, junto con las empresas transnacionales del sector, han reclamado activamente, además, que las plantaciones de palma aceitera sean recategorizadas, de forma que de cultivo agrícola pasen a ser “bosques”, no solamente en sus propios países sino también a escala internacional. De acuerdo con la actual definición de la FAO, un bosque es básicamente un área con una cobertura arbórea. El objetivo es garantizar el acceso a la “oportunidad” que representa un potencial acuerdo REDD+ en el marco de las negociaciones de la ONU sobre el clima a celebrarse en París a finales de este año, para poder vender créditos de carbono en el futuro, utilizando los absurdos argumentos de promover la “deforestación neta cero” o “reforestación”.
Además, el énfasis en la deforestación tiende a prestar menos atención a toda la gama de impactos que causan las plantaciones industriales de palma aceitera en numerosos países, como por ejemplo:
- Destrucción de medios de vida locales y desplazamientos. Las regiones en las que se están promoviendo las plantaciones de palma aceitera constituyen el hogar de campesinos y pueblos indígenas, y son zonas de bosques tropicales de los que estas comunidades dependen económica, social, espiritual y culturalmente. Es por eso que las plantaciones industriales de palma aceitera provocan la pérdida de tierras y por lo tanto de los medios de vida de las comunidades, y dentro de ellas especialmente de las mujeres debido a su relación específica con el bosque, dando como resultado el desplazamiento de estas comunidades. Los casi 20 millones de hectáreas ocupados actualmente por plantaciones industriales de palma aceitera en América Latina, África y Asia, han quitado perspectivas de futuro a numerosas personas cuyos territorios han sido invadidos y sus bosques destruidos. Esta destrucción ha afectado gravemente la soberanía alimentaria no sólo de las comunidades sino de regiones enteras.
- Madereo destructivo y violaciones de los derechos humanos. En numerosos casos, estas plantaciones son también un resultado del madereo devastador que en el pasado allanó el camino para la entrada de las plantaciones de palma aceitera. Se estima que sólo en Sabah y Sarawak (los dos estados de Malasia en Borneo), el tamaño de las plantaciones de palma aceitera - que seguramente implicaron conversiones de bosques y/o violaciones de derechos indígenas consuetudinarios sobre la tierra - alcanzó en 2014 un total de 1,5 millones de hectáreas: 1,1 millones de hectáreas en Sarawak y 0,4 millones de hectáreas en Sabah. Por otra parte, hace más de una década que se continúa con el procedimiento de desmonte mediante la quema para el establecimiento de plantaciones de palma aceitera en, lo que ha provocado una bruma que se mantiene casi todo el año en el sudeste de Asia. Esta práctica no sólo daña el ambiente sino también la salud de millones de ciudadanos.
- Acceso privilegiado a la tierra para las empresas, no para las comunidades. La introducción del modelo de cultivo industrial de la palma aceitera en un determinado país o zona a través de concesiones de tierras, garantiza a las empresas un acceso privilegiado a tierras agrícolas durante largos períodos, aumentando su poder e influencia. En el caso de América Latina, en que el Estado brinda incentivos para la adquisición titulada de la tierra y la propiedad individual de tierras estatales - dando pie a la especulación financiera -, el proceso promueve una mayor privatización y concentración de la tierra. En todos los casos, las luchas para garantizar los derechos colectivos de las comunidades sobre sus territorios y una agricultura diversificada y agroecológica controlada por estas comunidades, tienden a ser cada vez más difíciles. Los gobiernos y las organizaciones internacionales que apoyan el desarrollo de la agricultura industrial no suelen escuchar las demandas de las comunidades, y en general argumentan que las plantaciones de palma aceitera las beneficiarán porque generarán empleo.
- Condiciones de trabajo miserables. Los puestos de trabajo terminan resultando ser pocos, y las condiciones de trabajo en las plantaciones de palma de aceite son a menudo similares a la esclavitud. Por otra parte, en numerosos casos se ha documento la existencia de trabajo infantil, así como abuso de drogas entre los trabajadores, y prostitución. Los trabajadores también se ven especialmente afectados por la obligación de aplicar agrotóxicos en las plantaciones de monocultivos, incluso productos prohibidos en varios países. Dadas las pesadas condiciones climáticas de altas temperaturas en las que puede crecer la palma aceitera, el uso de equipo de protección resulta muy incómodo. Pero aun utilizando adecuadamente el equipo, hay testimonios que revelan que los trabajadores no tienen seguridad de que no quedarán expuestos a dosis que son una amenaza para su salud. Muchos se enferman por el resto de sus vidas, sin poder contar con ningún tipo de compensación. La situación de los trabajadores se vuelve aún peor en la actual crisis económica mundial, en la que las empresas procuran mantener sus ganancias gastando mucho menos en lo que llaman “costos laborales”.
- Aumento de la criminalización de los movimientos sociales y la oposición local. Un aspecto muy preocupante también es que las comunidades y las organizaciones que las apoyan, así como los trabajadores de las plantaciones de palma aceitera, deben enfrentar una creciente tendencia mundial a la violación de los derechos humanos, entre ellos la criminalización. En Honduras solamente, en los últimos 10 años cerca de 140 personas - principalmente integrantes de comunidades - resultaron muertas como consecuencia de los conflictos entre las comunidades y las empresas de palma aceitera. También en otros países hubo asesinatos, detenciones y persecuciones de quienes tan solo luchaban en defensa de los derechos colectivos de las comunidades sobre sus territorios y se oponían a la invasión de sus territorios por las empresas palmícolas. Por otro lado, las empresas pueden contar con todo tipo de protección brindada por las fuerzas de seguridad del Estado, como la policía y hasta el ejército.
Desde 2006, se ha establecido el 21 de setiembre como el Día Internacional de Lucha contra los Monocultivos de Árboles, con el objetivo de aumentar la visibilidad del creciente número de pueblos y comunidades, a menudo los más marginados, y entre ellos en especial las mujeres y los jóvenes, que están luchando en diferentes lugares y países en contra de los monocultivos industriales de palma aceitera y otras plantaciones de monocultivos de eucaliptos, pinos, acacias y caucho. Este Día es una manera de romper el círculo de silencio en torno a las violaciones enfrentadas por las comunidades cuyos territorios son invadidos y rodeados por estos monocultivos.
Los actuales intentos de “maquillar de verde” al sector industrial de la palma aceitera y también a otras plantaciones a gran escala con los compromisos de “deforestación cero” o de “mejorar” las plantaciones a través de sistemas de certificación como la RSPO y nuevos sistemas relacionados, manteniendo al mismo tiempo la lógica de la expansión ilimitada, son otra amenaza de que más comunidades pierdan sus tierras y medios de vida. Es por eso que condenamos el modelo de crecimiento a gran escala orientado a la exportación, que actualmente impulsa la expansión de la palma aceitera en todo el mundo. No hay manera de que los monocultivos de árboles a gran escala sean aceptables, ni para las comunidades locales ni para un mundo que enfrenta una severa crisis con síntomas múltiples, entre ellos el cambio climático, el deterioro económico y ambiental, y el aumento de la militarización y las violaciones de los derechos humanos.
En los países donde las plantaciones industriales de palma aceitera ocupan grandes extensiones de tierra, los gobiernos deberían dar prioridad absoluta a las demandas de las comunidades, apoyar su control sobre las tierras y los bosques de los que dependen, en lugar de adoptar políticas que faciliten la entrega de esos territorios a empresas transnacionales. Exhortamos, además, a los gobiernos a invertir en la producción local diversificada de alimentos y en la soberanía alimentaria, como la mejor forma de apoyar a las comunidades y también a las economías locales y nacionales, a la vez de promover una mayor justicia social y ambiental.
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