España, metales raros y el costo ambiental de explotarlos

España posee metales raros para atender demanda mundial, pero a un coste ambiental muy elevado, según experto

Fecha de Publicación
: 11/10/2019
Fuente: Agencia EFE
País/Región: España


Sólo en los montes submarinos al suroeste de Canarias, España posee "unos dos millones de toneladas de metales raros" con los que podría abastecer la demanda mundial "durante diez años" pero el coste ambiental sería excesivo, ha asegurado a Efeverde el periodista y documentalista francés Guillaume Pitron.
Autor del libro La guerra de los metales raros: la cara oculta de la transición energética y digital (Ediciones Península), Pitron cree que la explotación de este tesoro mineral “permitiría a España desempeñar su papel en la revolución energética si se atreviera a explotar estos yacimientos”.
Sin embargo, también piensa que “es muy probable que nadie ose extraer ni un gramo” porque “los residentes en la zona se enfurecerían y los ecologistas protestarían”.
En su opinión, los ecologistas europeos son “ciudadanos preocupados por los ecosistemas” sólo en Occidente pero “no admiten que la revolución verde que anhelan requerirá cavar más profundo en algún remoto país subdesarrollado”.

El coste secreto de la revolución verde
Nombres de enigmática sonoridad como vanadio, tántalo, galio o lutecio son algunos de los elementos incluidos en la lista de metales raros: una treintena de materias primas indispensables tanto para la industria tecnológica como para la de las energías renovables, que alimentan la revolución industrial verde “a un elevado coste ambiental”.
Los aerogeneradores, los teléfonos inteligentes, los paneles solares y las baterías que impulsan los coches eléctricos “dependen de las propiedades electromagnéticas y ópticas” de estos materiales estratégicos que “hacen posible las tecnologías bajas en carbono”, ha advertido.
Ello genera la “paradoja de las energías limpias”: una “situación “contradictoria” en la que los metales raros que permiten reducir las emisiones en los países occidentales se extraen y refinan “en condiciones terribles para el medioambiente” en otras partes del mundo.
“Las tierras raras no son tan infrecuentes”, ha explicado Pitron, que cifra en “cientos” los yacimientos en todo el planeta: “la República Democrática del Congo produce cobalto, Ruanda extrae tántalo, Brasil explota el niobio…, aunque la mayor cantidad procede de China”.

El poder de China
En realidad, China “sólo posee entre un 30 y un 40 % de las reservas de tierras raras del mundo dentro de sus fronteras”, aunque una gestión inteligente le ha permitido controlar a día de hoy hasta el 80 % de la producción mundial, ha precisado el investigador francés.
Esta situación es consecuencia de un “acuerdo tácito” aprobado en los años 80 del siglo XX, merced al cual la contaminación generada por las tecnologías verdes y digitales “fue reubicada en el gigante asiático”.
Así, el país oriental “sacrificó su propio medioambiente para abastecer al mundo de tierras raras”, ha explicado Pitron, quien describe cómo en la región de Mongolia Interior, donde se lleva a cabo la mayor parte del refinado, se vierten aguas residuales cargadas con productos químicos y metales pesados a la presa de Weikuang.
Esto la ha convertido en un gigantesco lago artificial “totalmente contaminado”, en cuyas orillas residen los habitantes de Dalahai, bautizado como “el pueblo del cáncer” por razones obvias y descritos por este autor como “bajas colaterales de la industria verde”.

Un ‘New Deal’…, verde
“Nadie habla del hecho de que se está descontaminando un sitio a cambio de envenenar otro”, denuncia Pitron, quien insiste en que “en Europa no vemos el impacto ambiental que tiene el estilo de vida ecológico” porque “hemos cerrado nuestras minas y otros hacen el trabajo sucio pero así no resolvemos el problema: sólo lo cambiamos de sitio”.
Los consumidores occidentales “quizá tenemos que pagar un poco más por nuestro estilo de vida ecológico e hiperconectado” para paliar esta “situación injusta, lo que podría materializarse a través del denominado ‘Green New Deal’ -Nuevo Tratado Verde-“, en el que “deberíamos asumir los costes ambientales de la extracción en el nivel de su consumo”.
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