Fracking: energía que convierte agua en una amenaza invisible

 


Una mujer abrió el grifo y el agua parecía un refresco: el problema era más grave de lo que imaginaba

Fecha de Publicación
: 13/10/2025
Fuente: National Geographic
País/Región: Estados Unidos - Internacional


Sherry Vargson jamás imaginó que el agua de su cocina se convertiría en la imagen empírica de una amenaza invisible. Todo comenzó en 2008, cuando la empresa Chesapeake Energy empezó a llevar a cabo perforaciones en la granja lechera que su familia había tenido durante generaciones en una tranquila comunidad llamada Granville Summit, situada en el noroeste de Pennsylvania.  
Unos años más tarde, Vargson abrió el grifo como un día cualquiera, pero lo que salió no fue agua fresca y clara, sino una mezcla de agua con burbujas. “Era como un vaso de soda –recordaba años más tarde en un reportaje publicado en National Geographic.– Aquellas burbujas no eran inofensivas: los análisis desvelaron que el agua que salía de su grifo contenía el doble del nivel de metano del que se considera seguro.
Vargson no es la única vecina de Pennsylvania afectada por el fracking, o fracturación hidráulica, como se denomina a esta técnica. Se emplea para obtener hidrocarburos de formaciones rocosas subterráneas, mediante la aplicación de una mezcla de agua, arena y productos químicos a alta presión. Esta solución provoca fracturas en la roca que permiten liberar los hidrocarburos atrapados en su interior. Esto no sería ningún problema de no ser por los efectos secundarios que provoca, y es que el mismo proceso puede abrir vías por las que el gas u otras sustancias contaminan el agua potable.  
Una experiencia parecida a la de Sherry Vargson le ocurrió a Tom Crawley, vecino de una aldea llamada Hughesvile, ubicada en las faldas de los Apalaches, también en el estado de Pennsylvania. Según explicaba hace años a un periodista de New York Times, el agua que salía del grifo de su casa se parecía a un refresco, debido a la gran cantidad de metano que contenía.  
En Estados Unidos, el fracking ha pasado en pocos años de ser una novedad en el campo de la industria extractiva a convertirse en una práctica común en un país obsesionado por la soberanía energética a raíz de los conflictos de Ucrania y Oriente Próximo. El nuevo contexto internacional ha sido un caldo de cultivo perfecto para el avance de una tecnología que, sin embargo, no es inocua.
Por ejemplo, según un informe reciente publicado por New York Times, una única explotación de petróleo o gas llevada a cabo con esta técnica puede llegar a usar hasta unos 151.000 metros cúbicos de agua. Es el equivalente a unas 60 piscinas olímpicas, aproximadamente la capacidad del agua acumulada en un embalse de tamaño medio.
El problema, advierten los autores de este estudio, es especialmente preocupante en el estado de Texas, donde el agua de los acuíferos podría reducirse hasta una tercera parte dentro de menos de 50 años. A medida que el planeta se calienta, los científicos han pronosticado que Texas se enfrentará a temperaturas más altas y sequías más frecuentes e intensas, junto con una disminución de la recarga de aguas subterráneas. Algunos expertos han advertido que los problemas relacionados con el agua podrían incluso dinamitar la propia producción de petróleo y gas.  
La polémica del fracking no es nueva. El artículo antes mencionado, publicado en 2013 en National Geographic con el título de «Gas metano: los pros y contras del fracking» ya dejaba claro que por aquel entonces esta técnica de fracturación ya era un importante motivo de preocupación para las organizaciones conservacionistas. Aunque algunos de ellos acogieron al principio aquella nueva tecnología con buenos ojos.
Así lo muestran ONG como Greenpeace, que afirma que “los amantes del fracking construyen castillos de naipes en su particular país de las maravillas con la energía fósil supuestamente escondida en el subsuelo patrio”. Entre los principales argumentos en contra figuran la huella y contaminación hídrica, la generación de residuos de muy difícil tratamiento o las fugas de metano que, según calculan, suponen hasta el 4% de todo el gas extraído. Por no hablar de las emisiones directas o la generación de pequeños seísmos como consecuencia de la inyección y extracción de los fluidos a muy alta presión.
El actual contexto internacional ha devuelto al fracking a los titulares de los medios de comunicación.  La guerra de Ucrania ha resucitado el debate en Europa, mientras que en Estados Unidos la Ley de Emergencia Nacional ha acabado de un plumazo con las restricciones a algunos de los proyectos bloqueados por la antigua Administración, entre ellos, los proyectos de prospección en los terrenos bituminosos de Alaska. Algo lógico, teniendo en cuenta que el actual secretario de estado del país, Chris Wright, fue fundador de Liberty Energy, una empresa dedicada a la explotación de gas de esquisto. 
En España, el fracking está prohibido desde la entrada en vigor de la Ley 7/2021 de Cambio Climático y Transición Energética, a partir de la cual se dejaron de dar nuevas concesiones a la investigación, exploración y explotación de hidrocarburos en el territorio nacional. ¿Qué dicen sus defensores? Que el impacto es mucho menor que el de la minería de carbón. En el caso del artículo publicado por National Geographic, por ejemplo, se especificaba que en Pennsylvania esta industria ‘’ha causado una contaminación de los ríos mucho mayor [que la fracturación hidráulica]”. En efecto, a diferencia del carbón, este gas no desprende dióxido de azufre, mercurio u otras partículas cuando se quema. Además, no deja cenizas y emite únicamente la mitad de dióxido de carbono.
Esto no sería un problema si no fuese porque las emanaciones de metano van en claro aumento. “El alcance del calentamiento planetario de este siglo dependerá, en parte, del balance que hagamos entre las ventajas e inconvenientes de este gas de efecto invernadero”, se decía en aquel reportaje.  Una reflexión muy pertinente en el Día Internacional contra el Fracking. 
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