Roma tapado de basura

Roma, en peligro de convertirse en una montaña de basura

Fecha de Publicación
: 06/02/2019
Fuente: La Nación (Argentina)
País/Región: Italia


La desbordante belleza y la riquísima historia cultural de la capital italiana conviven con baches, un pobre alumbrado público y toneladas de desperdicios que ya forman parte del paisaje urbano
No bien ponemos un pie fuera de la estación de trenes de Termini, puerta de entrada a Roma para muchos visitantes de la ciudad, mi guía turístico me pregunta qué veo.
“¿Grafitis? ¿Pintadas? –me atrevo a sugerir–. ¿Basura?”.
“Exactamente –dice mi guía–. Un romano ni lo notaría. Los romanos están tan resignados a la mugre en la que viven que ya no se dan cuenta. Ni siquiera ven el deplorable estado en que se encuentra la ciudad”.
¡Bienvenidos a Roma! Para ser exactos, Massimiliano Tonelli no es un guía turístico convencional. Tonelli es el fundador de Roma Fa Schifo (algo así como “Roma es un asco”), un blog y sitio web con presencia en las redes sociales que desde 2007 intenta despabilar a los vecinos de Roma para que vean la ciudad tal como él la ve: una reliquia rota y anómala en un continente de ciudades en rápido proceso de modernización. Había contactado a Tonelli para pedirle que me mostrara su visión de la ciudad, porque después de casi dos años como corresponsal jefe de The New York Times en Roma me preocupaba haber empezado a hacer –y a ver– lo mismo que los vecinos romanos.
Tonelli arranca señalándome los autos estacionados en doble fila que sobresalen de las bocacalles. Sobre la ancha avenida que bordea el elegante barrio de Monti, mi guía se agacha para mostrarme la maleza que crece hasta la altura de la rodilla en las rajaduras del pavimento. “Son señales de abandono”, dice. Frente a la Basílica de San Pietro in Vincoli, donde se encuentra el majestuoso Moisés de Miguel Ángel, Tonelli señala tristemente las desteñidas rayas blancas del cruce peatonal, ya indistinguibles sobre el asfalto negro: hace unas semanas, un reconocido juez italiano fue arrollado por un micro en este lugar, y hace apenas días, también un ciclista. En consecuencia, la ciudad prohibió los micros turísticos en el centro de la ciudad, lo que a su vez generó una protesta de los operadores turísticos, que convirtieron la Piazza Venezia, principal rotonda de tránsito de Roma, en un estacionamiento a cielo abierto. Mientras tanto, el municipio sigue sin repintar los cruces cebra de las bocacalles, pero aunque parezca mentira ahora habla de implementar tecnología 3D en la ciudad…
Ascendemos hasta el Giardinetto del Monte oppio, un pequeño jardín que ofrece una de las vistas más sobrecogedoras del mundo occidental, con la imagen frontal del Coliseo. Allí, una pareja de brasileños se saca fotos con esa imagen de fondo, pero fuera de campo, y fuera de sus cuentas de Instagram, está esa Roma que los turistas prefieren no mirar: botellas de cerveza vacías, paquetes de cigarrillos, servilletas de papel manchadas, ropa sucia descartada y comida tirada por todas partes, como un picnic grotesco. Los vendedores ilegales de souvenirs cuelgan sus bolsones de plástico de las ramas de los árboles y se meten entre los arbustos para hacer sus necesidades.
En los barrios circundantes, las veredas están cubiertas de colchones mojados, heladeras y sillones descartados. Camiones recolectores de basura cubiertos de grafitis avanzan entre muros donde pueden leerse pintadas con el lamento de toda una ciudad: “Roma guasta”, en español: “Roma rota”.
“Y es peor todavía por la asombrosa belleza de esta ciudad –dice Tonelli, y agrega con resignación–: De tres metros de altura hacia arriba, sigue siendo la ciudad más hermosa del mundo”.

Belleza desbordante... y residuos
Adoro Roma. Amo la luz rosada del atardecer sobre sus monumentos de mármol. Me fascina la aterciopelada carbonara que preparan en Da Cesare al Casaletto. Disfruto de las muestras en el museo de arte contemporáneo MAXXI y el murmullo de los estorninos que aletean bajo la sombrilla de los piñoneros. He pasado aquí gran parte de mi vida. Aquí conocí a mi esposa y aquí me hice hincha de fútbol del Roma. Así que, Roma, lo que estoy a punto de decir es porque te quiero.
Roma corre peligro de convertirse en un basurero. Y no me refiero a una montaña de basura histórica, sino a una histórica montaña de basura, que es como el poeta Petrarca imaginó la ciudad en el siglo XIV. o sea que no hablo de un precioso tiradero de antigüedades “al fresco” ni de gemas del Renacimiento o tesoros barrocos. Cuando digo basura, quiero decir, literalmente, basura.
Los laureles sobre los que durmió la ciudad durante tanto tiempo están hechos polvo. Roma sigue abrumando nuestros sentidos, pero no solo por su desbordante belleza, sino por sus rebosantes basureros, rancios arrecifes de coral que escupen bolsas de basura azules, amarillas y rosadas en prácticamente todas las calles de la ciudad. Las gaviotas graznan desde el cielo para proteger su botín de basura y los frenos de los colectivos de transporte público –que nunca pasan en hora, suelen romperse y a veces incluso explotan– chirrían sobre el asfalto. Los baches resienten la columna vertebral de los conductores y el pobrísimo alumbrado público los obliga a desarrollar visión nocturna. Los perros deambulan sin correa y sin bozal, así que las veredas son traicioneras: mi hijo llama a Roma “la ciudad popó”.
Esto no es un secreto para nadie. El diario romano Il Mesaggero bien podría llamarse “La Gazeta Basurera”, ya que se dedica casi exclusivamente a documentar la decadencia de la ciudad, con titulares como “Sin calefacción en las escuelas” y “Pocos bancos, y además rotos: todos de pie en las plazas”.
Las escaleras mecánicas de la red de subtes estuvieron fuera de servicio durante semanas, después de un accidente en octubre que casi les amputa los pies a unos turistas rusos. Y el mes pasado varias estaciones directamente no abrieron y un miembro del Parlamento italiano propuso convocar al Ejército para tapar los baches. Mientras tanto, las vallas que rodean los baches y los obreros que cavan eternamente el pavimento para arreglar cañerías rotas siguen complicando el tránsito. Las antiguas “villas” públicas, que funcionan como pulmones verdes de Roma, se han convertido en zonas posapocalípticas donde los linyeras duermen sobre el pasto y los árboles caídos son rodeados de cinta amarilla de “no pasar”, como en la escena de un crimen. Bichos y alimañas de todo tipo reptan entre la maleza y los jabalíes han vuelto a deambular libremente por el terreno.
Muchos estudiantes de Historia se dirán que no es nada nuevo. Salvo por sus contados momentos de gloria, Roma sabe de memoria lo que es languidecer en el atraso. Ya una vez el papa Gregorio XVI rechazó el alumbrado público tildándolo de “obra del demonio” y durante siglos de corrupción y desgobierno papal, monárquico o político, la ciudad quedó a oscuras.
La basura tampoco es un problema nuevo. Sobre uno de los muros que rodean la Piazza Farnese todavía puede leerse una ordenanza de 1752 del “ilustrísimo y reverendísimo monseñor” que prohíbe “arrojar en este sitio basura de cualquier tipo o generar un tiradero de basura, bajo pena de una multa de 25 escudos por cada infracción”.
Pero esa intemporalidad que supuestamente constituye el atractivo de Roma, ese caos que alguna vez fue un signo de vida frente a la solemnidad de Milán, se ha ido de las manos. Mientras que otras ciudades han hecho avances importantes (“Nápoles es asombrosa”, “Milán es Europa”, son latiguillos frecuentes), en una encuesta de noviembre sobre los mejores lugares para vivir en Italia, Roma cayó del 67° al 85° lugar, debajo de Cosenza, la pequeña capital de la región de Calabria.

El antiguo adagio
Para ser justo, preciso y no morir a manos de los furibundos románticos fanáticos de esta ciudad, cabe aclarar que “Roma es espectacular”, como reza el antiguo adagio. Y lo es.
En el centro histórico de la ciudad, hay tesoros culturales, negocios y locales de pasta para tirar al techo. Los que busquen lujo tienen la posibilidad de pasearse por el elegante, aunque siempre atiborrado, Viale Parioli, donde pueden tomar algo en la Enoteca Bulzoni, picar algo en Ercoli o darse una panzada en el espacioso restaurante Molto. Y quienes busquen eso que las empresas de turismo llaman “la auténtica experiencia romana” pueden visitar el mercado de Testaccio, manotear un sándwich al paso en Mordi e Vai, y explorar el Monte Testaccio, una colina artificial levantada con restos de cacharros de alfarería: en este caso sí, literalmente, una “montaña de basura histórica”.
Así y todo, si uno escucha a los romanos, ya sean los ricos del centro de la ciudad o los pobres de la deslucida periferia, la queja es la misma: todos ellos deploran hasta el hartazgo el calamitoso estado de las cosas y se preguntan cómo cayeron tan bajo. Los políticos mencionan la burocracia de las
Si uno escucha a los romanos, ya sean ricos o pobres, la queja es la misma: todos deploran hasta el hartazgo el calamitoso estado de las cosas y se preguntan cómo cayeron tan bajo
oficinas a cargo de la limpieza y el transporte, sumidas en el ausentismo, el nepotismo y el exceso de personal ineficiente. Los vecinos se quejan de un gobierno municipal sobrepasado por los problemas de la ciudad, que no ha logrado cumplir con la clausura dispuesta en 2013 de un depósito de basura ecológicamente nefasto, como tampoco sanear la corrupción en el sector de servicios, explotado por un mafioso tuerto al que llaman el Pirata.

¿Quién tiene la culpa?
Algunos apuntan a la crisis económica, a la superposición de ordenanzas bizantinas que nadie cumple y a la vista gorda de las fuerzas de la ley encargadas de hacerlas cumplir. Los socialistas culpan a una Iglesia que perdona y que ha alimentado una cultura permisiva. Y los católicos atribuyen esa falta de responsabilidad individual a la ideología socialista. Los historiadores, por su lado, señalan el resentimiento público con la autoridad, resultado de siglos de tutela extranjera y de líderes locales corruptos.
Más allá de las causas, el agotamiento del encanto de Roma ha dado lugar a un cinismo de proporciones epidémicas. La abrumadora respuesta de los romanos ante tanta degradación es compartir memes en las redes sociales. Los amigos no intercambian fotos de sus hijos, sino de la basura que se acumula frente a sus casas. ¡Miren! ¡Llega hasta el primer piso!
El blanco de su furia, y no sin razón, suele ser la fustigada alcaldesa Virginia Raggi, o la Raggi, como les gusta llamarla. Curiosamente, Tonnelli fue compañero de secundaria de Raggi, y cuando le pregunto si son amigos, cuenta que la alcaldesa y otros 25 miembros de su partido, el Movimiento 5 Estrellas, lo han demandado por difamación.
En 2016, cuando la entrevisté antes de que asumiera el cargo, Raggi no paraba de hablar de las virtudes del reciclado y de encontrar la manera de que los bebés romanos usaran pañales ecológicamente aceptables. Por el contrario, ha debido enfrentar la peor de las emergencias sanitarias. Su municipio acusa al “submundo” de obstaculizar sus intentos por sanear las calles, y Raggi sospecha que hubo una mano negra detrás del incendio que se produjo hace unos meses en el centro de tratamiento de basura por el que pasa una quinta parte de los desechos de Roma. La ciudad quedó envuelta durante días en una ominosa nube negra y maloliente, y terminó enterrando la flamante esperanza de la alcaldesa: los contenedores de plástico para bolsas de basura que se alinean como centinelas mudos en las calles de la ciudad.
En Roma, el desprecio por el espacio público es contagioso. Al poco tiempo de vivir en la ciudad, uno se encuentra rebasando los autos por el carril derecho o colándose en una fila. Los romanos celebran las avivadas y se burlan de los giles. Más vale que tu casa esté limpia y que tu ropa esté planchada, pero ¿a qué idiota se le ocurriría baldear la vereda?
Por supuesto que entre las grietas de la degradación han surgido algunos brotes verdes de compromiso ciudadano. En los últimos meses, hubo protestas frente al despacho de la Raggi, bajo el lema “Roma dice basta”. Hay ONG abocadas a la recuperación de la ciudad, como Retake Roma, que recogen las autopartes oxidadas que se acumulan en las orillas del Tíber. Y hace unos días, casi me alegro cuando me hicieron una multa por estacionar mi moto sobre la vereda.
Hace poco, y después de más de un año de demora, celebramos la inauguración de un nuevo sector de juegos, pagado con donaciones privadas, en una de las “villas” que funcionan como parques públicos.
“Este era un lugar maravilloso, pero había caído en el peor abandono –dice Federico Morollo, de 60 años, líder de la Asociación de Amigos de Villa Sciarra, haciéndose eco de lo que dicen los habitantes de cualquier parte de Roma–. Los vecinos no podemos quedarnos de brazos cruzados”.
Así que Morollo empezó a imaginar algo inimaginable para los romanos: el compromiso ciudadano. Logró perseverar a través de todas las trabas de la burocracia oficial, que, según él, desalienta el voluntariado público. “Pero con una buena dosis de compromiso se puede hacer algo”, insiste Morollo.
Al parecer, Roma tampoco se reconstruye en un día.
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