¿Desextinguir o conservar? los dilemas ante la extinción

 


Los dilemas de la desextinción de especies: revivir el mamut no va a salvar la biodiversidad

Fecha de Publicación
: 05/05/2025
Fuente: Portal Climatica
País/Región: Internacional


La desextinción del lobo terrible o la creación de un ratón con genes de mamut lanudo son más una maniobra de marketing que un intento real de frenar la crisis ecológica.
Hay escenas que nunca se olvidan. La de Laura Dern y Sam Neill quitándose las gafas de sol, abriendo la boca y poniéndose de pie en un todoterreno para observar por primera vez a uno de los dinosaurios de Jurassic Park es una de ellas. Aunque no existe ninguna encuesta fiable al respecto, quien más quien menos ha soñado alguna vez con ver uno de estos inmensos seres prehistóricos que llevan siglos cautivando nuestra imaginación. Eso no quiere decir que queramos que suceda: un estudio de YouGov de 2022 desveló que el 74% de los estadounidenses era contrario a traer los dinosaurios (y otras especies) de la extinción, mientras solo un 10% apostaría por devolver la vida al Tyrannosaurus rex.
Sin embargo, y aunque el sueño de un parque jurásico sigue siendo hoy imposible, en los últimos años hemos asistido a varios anuncios que prometen haber desextinguido especies prehistóricas. Los dos últimos, de la empresa Colossal Biosciences, nos hablan del regreso del lobo gigante o lobo terrible (un cánido extinto hace unos 10.000 años) y de un ratón con genes de mamut lanudo. Pero, ¿estamos realmente ante la desextinción de una especie? ¿Tiene sentido algo así en medio de la crisis de biodiversidad que estamos atravesando?

¿Desextinguir o no desextinguir?
La ciencia ‘revive’ al lobo terrible, extinguido hace 13.000 años (y el primer animal desextinto de la historia). Ante este tipo de titulares, lo normal es pensar precisamente en eso: un terrible animal desaparecido hace tiempo que ha sido revivido por un equipo de científicos un poco locos. La propia Colossal Biosciences alentaba esta interpretación con un The Return of the Dire Wolf que dejaba poco lugar a dudas. Sin embargo, la letra pequeña sí está plagada de puntos dudosos. El primero de ellos es cómo la propia empresa define desextinción.
Tal como señala Colossal en su web, la empresa no quiere oír hablar de definiciones simplistas de desextinción. Para ellos, la desextinción es “el proceso de generar un organismo que se asemeja y es genéticamente similar a una especie extinta mediante la recuperación de su linaje perdido de genes esenciales […] y el aumento de la adaptabilidad para prosperar en el entorno ecológico actual, marcado por el cambio climático, la escasez de recursos, las nuevas enfermedades y la intervención humana”. Es decir, no buscan devolver especies a la vida tal cual existían en el pasado (aunque lo anuncien así), sino usar algunos de sus genes para diseñar una especie nueva.
“No están trayendo de vuelta una especie del pasado, sino simplemente están jugueteando con algunos genes de una especie del presente para que exprese ciertos atributos que emulen la idea que tenemos de una especie del pasado, porque nadie en realidad ha visto a un lobo terrible ni a un mamut”, explica Andrés Cota Hiriart, zoólogo y divulgador mexicano.
“En el caso de los lobos terribles los datos están claros. Han hecho 20 cambios en 14 genes diferentes que vienen de la reconstrucción del ADN del lobo terrible, de una reconstrucción que ni siquiera es total. Después han modificado cuatro o cinco genes el lobo gris y han añadido uno de perro. Es una quimera, necesitarías más de 10 millones de sustituciones de genes para poder hablar de que has desextinguido de verdad un lobo terrible”, añade.
Además, para el divulgador, no tiene sentido hablar de desextinción en un sentido ecológico amplio, ya que las especies no son solo un individuo, sino también las conexiones de estos con sus congéneres, con otras especies, con el entorno, con el nicho ecológico que ocupan y con su microbiota. Además, tampoco estaríamos recuperando toda esa parte de comportamiento adquirido que los individuos solo podrían obtener en la época y el contexto en el que vivieron.
El análisis de Victoria de Andrés Fernández, profesora del Departamento de Biología Animal de la Universidad de Málaga, publicado en The Conversation, va en la misma línea. Sostiene que lo que ha hecho Colossal es, en realidad, editar el ADN de un actual lobo gris (Canis lupus) con el sistema CRISPR-Cas9 para modificar algunos atributos como el tamaño o el pelaje. Además, recuerda que, aunque excepcionalmente fuese posible revivir una especie extinta a partir de su ADN, no podemos reconstruir el entorno en el que estaba adaptada a vivir.
“Si resucitamos una especie, la condenaríamos a vivir en una urna que recrease sus condiciones naturales perdidas. Peor incluso sería que su nicho estuviese ocupado por otra especie y creásemos una artificial e innecesaria pugna donde podría darse la paradoja de desextinguir el pasado para extinguir el presente. O todavía más grave, que las consecuencias de la interacción con otras especies de su nuevo entorno provocaran un desajuste del ecosistema de imprevisibles consecuencias. Incluso podría ser más apocalíptico si la especie resucitada actuase como reservorio de viabilidad de nuevas especies de virus que pudiesen generar enfermedades desconocidas para la humanidad”, señala en el artículo.
Aunque Colossal Biosciences justifica sus investigaciones y sus aplicaciones con el objetivo de frenar la crisis de biodiversidad, desarrollando especies más resistentes y reorientando el sentido de la existencia humana, ambos expertos coinciden en que su trabajo no tiene sentido desde el punto de vista de la conservación. Más allá del avance científico que supone como proyecto único de edición genética, los objetivos de la empresa estadounidense son puramente económicos.
“Están en esto por el negocio, no tiene sentido en términos de conservación y, por supuesto, sería mejor dedicar ese dinero a proteger las especies que están vivas en la actualidad y sus ecosistemas. Dicho eso, Colossal Biosciences es una empresa privada y está en su derecho a hacer el negocio que quiera”, concluye Andrés Cota Hiriart.
Es difícil conocer la escala real de la pérdida de especies en la actualidad, pero la crisis de biodiversidad es evidente. La última edición del informe Living Planet Index, de 2024, señala (tras analizar 34.836 poblaciones de 5.495 especies) que las poblaciones de vida salvaje se han reducido un 73% desde 1970. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), que monitoriza 166.061 especies, apunta a que más de un tercio está en peligro de extinción.
“Mucho más interesante que crear parques jurásicos sería aplicar todo este conocimiento a evitar la extinción de especies que, estando vivas en la actualidad, requieren de una rápida intervención si las queremos mantener en el planeta”, añade en su artículo Victoria de Andrés Fernández.
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