Se recupera la población del leopardo de las nieves



El sorprendente caso del leopardo de las nieves: supera el peligro de extinción gracias a los cazadores

Fecha de Publicación
: 27/01/2018
Fuente: Expansion
País/Región: Asia


En los 90 el marjor de Bujará, cabra de Asia Central, estaba al borde de la extinción. Hoy su población se ha cuadruplicado, lo que ha beneficiado a su depredador, el leopardo de las nieves. En el origen del milagro, que ha mejorado la vida los habitantes de Tayikistán, está la caza regulada. Abatir un marjor cuesta 100.000 euros.
Pocas horas después de llegar al aeropuerto internacional de Dushanbe (Tayikistán) el pasado diciembre, Bill Campbell daba botes en el asiento trasero del Toyota Land Cruiser con el que recorría las seis horas hasta el pueblo rural de Anjirob, a pocos kilómetros de la frontera con Afganistán. Con una población de 700 habitantes, esta comunidad se esconde en las montañas Hazratisho, cuyos impresionantes riscos forman la entrada a la Cordillera del Pamir, también conocida como "el techo del mundo". En este entorno habita una cabra de cuernos retorcidos llamada marjor de Bujará (Capra falconeri heptneri), y Campbell, un médico de 65 años, ha viajado desde Anchorage, Alaska, para encontrarla.
No le resultará fácil. Para empezar, estos herbívoros de montaña son muy escasos, y su pelaje de color marrón claro les permite mimetizarse con las paredes de roca donde pastan. Cuando la Unión Soviética dejó de controlar esta nación de Asia central en 1991, quedaban menos de 700 de estas cabras en el planeta. La mitad vivían en el lugar de destino de Campbell, en los límites de la Provincia Autónoma de Alto Badajshán. Las causas del retroceso de la especie eran las habituales: pérdida del hábitat, competencia por el pasto con el ganado doméstico y las enfermedades transmitidas por este. Sin embargo, el gran problema del marjor había sido la caza furtiva: los locales lo cazaban ilegalmente por su carne y también se organizaban ocasionales safaris pirata.
Su declive, en cambio, está revirtiendo. Entre 1994 y 2015, la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) mantuvo a la especie como en peligro de extinción, pero hace dos años la pasó a la categoría de casi amenazada. Aunque sigue en peligro, las cosas pintan mejor. La población de marjores de Bujará cuadruplica la que había en los años 90: los últimos censos apuntan a unas 1.900 cabezas. Encontrar un ejemplar es hoy algo más fácil. Y su recuperación podría estar ayudando a la de uno de sus depredadores en la región, el leopardo de las nieves (Panthera uncia), uno de los felinos más esquivos y más amenazados del planeta, cuya población en las montañas de Asia, de Kazajistán a Bután, con el mayor núcleo en China, varía, según estimaciones, entre 4.000 y 10.000 animales.
En un mundo que sufre lo que muchos biólogos conservacionistas llaman la sexta extinción, las historias de éxito conservacionista son poco frecuentes. Como lo son personas como Campbell, que desembolsan 100.000 euros por tener la oportunidad de abatir un marjor de un tiro. "Ésta es, quizá, la caza más cara del mundo", afirma Campbell. "Básicamente lo que gano se me va en esto". La caza de trofeos es para muchos la peor expresión del ser humano, la forma que muchos hombres blancos privilegiados -casi todos reúnen estos tres rasgos- encuentran para reafirmar su poder. Wayne Pacelle, presidente y director de la Humane Society of the United States define esta práctica como "cruel, que busca el auto-engrandecimiento, dañina, y vergonzosa". Meses más tarde, descubrí que si los marjores de Bujará todavía existen es gracias a cazadores adinerados como Campbell, por incómoda que resulte esta realidad. En casos concretos, como reconocen algunos grupos conservacionistas, la caza puede ser una herramienta para proteger especies y los ecosistemas en los que viven.
Es evidente que algunos cazadores jactanciosos persiguen la sensación de poder. Pero tras pasar un tiempo con guías de caza tayikos y biólogos especializados en fauna salvaje en dos concesiones de caza en Tayikistán, descubrí que meterlos a todos en el mismo saco era obviar una realidad: hay cazadores concernidos por los dilemas éticos de su pasatiempo, que se salen de lo establecido para divertirse de manera social y ecológicamente responsable.
Aun así, estas personas se mueven en una atmósfera extraña. "Es una experiencia para las élites. Para gente rica como yo", afirma Campbell, que utiliza un lenguaje grosero, y responde al apodo de Bill el salvaje. Tiene una consulta psiquiátrica en Anchorage. "Yo hice dinero a la antigua, viendo pacientes uno a uno durante años", cuenta. Empezó a cazar de joven, disparando ciervos cerca de la casa de su familia en Vermont. Y conforme su fortuna crecía, comenzó a interesarse por cacerías más exóticas, caras y difíciles en lugares como Nepal o Zimbabwe. Cuando firma un contrato con la reserva de caza, insiste en ser el único cazador en la zona en esas fechas. En ocasiones la ley se encarga de ello: Saidi Tagnob ("cazar montaña abajo", en tayiko), la concesión de 74 km2 en Tayikistán a la que viajó el pasado diciembre, sólo obtuvo una licencia para cazar marjores en 2016.
Ya en la reserva, junto a 10 guardabosques, Campbell siguió un río donde encontró a lugareños excavando en los márgenes con palas. Buscaban oro, el país produce 1,5 toneladas al año. "Si no fuera por este sistema de conservación a través de la caza es posible que alguna compañía ya hubiera abierto aquí una mina de oro. Sería un desastre ecológico", reflexiona. Según este planteamiento, las expediciones cinegéticas permiten que tierras de propiedad privada se gestionen en beneficio de la vida salvaje. Objetivamente, las alternativas parecen peores: minería, ganadería, agricultura. ¿No es mejor sacrificar algunos animales para mantener un ecosistema en funcionamiento? No es así de simple. Para que la caza mayor sea una herramienta efectiva de conservación tiene que competir económicamente con industrias como la minería y debe contribuir a no incentivar la caza furtiva.
La caza ilegal de marjores es distinta a la de rinocerontes y elefantes. El trofeo no es un cuerno o un colmillo. Aunque algunos ejemplares son abatidos por hacerse con su cabeza como trofeo, la mayoría de la caza ilegal la efectúan aldeanos tayikos pobres que buscan una comida decente, Por tanto, para que sea efectiva, la caza legal debería beneficiar a los animales y a las comunidades de personas.
A comienzos de los años 80, un grupo de líderes tribales de Pakistán comenzó a preocuparse por la desaparición de animales como el marjor de Solimán (Capra falconeri jerdoni). Igual que en Tayikistán, su principal amenaza era la caza incontrolada para obtener carne. Se puso en marcha un sistema de conservación basado en una premisa: si las comunidades locales dejaban la caza, los hombres recibirían un sueldo como guardas para prevenir la caza furtiva. La financiación provendría de la caza controlada de trofeos por parte de extranjeros ricos. Además de los salarios, la mayoría de la carne iría a parar también a los lugareños. Y el dinero sobrante, si lo había, se reinvertiría en la comunidad. Entre 1986 y 2012, el proyecto hizo llegar 2,7 millones de dólares (unos 2,3 millones de euros) a las comunidades locales, mientras que la población de marjor pasó de 100 ejemplares a unos 3.500.

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