Una carretera que divide opiniones en Colombia

La carretera amazónica que tiene aterrorizados a los científicos colombianos

Fecha de Publicación
: 28/01/2018
Fuente: Semana (Colombia)
País/Región: Colombia


El viejo proyecto de construir una vía para conectar a San Vicente del Caguán con el Guaviare está causando una tragedia ambiental. Aunque no ha recibido la luz verde del Gobierno, la zona donde se piensa realizar ya es uno de los mayores focos de deforestación en Colombia.
Un año después de la firma del Acuerdo de paz, los científicos están sonando las alarmas por lo que está sucediendo en el denso tapete verde que se extiende desde el Caguán hasta el Guaviare. Sin el trasfondo de la guerra, motosierras y retroexcavadoras están tumbando miles de hectáreas del bosque que conecta a la Amazonía con el resto del país, disparando la primera grave tensión entre el posconflicto y el medio ambiente.
Esta tragedia ambiental en ciernes obedece a un viejo proyecto que Colombia viene promoviendo desde hace más de medio siglo, pero que nunca se ha materializado: una carretera que recortaría los 381 kilómetros entre San Vicente del Caguán y San José del Guaviare. Esta vía, llamada la Carretera Marginal de la Selva, todavía no ha recibido la luz verde del Gobierno, pero la zona donde se piensa construir ya se convirtió en uno de los mayores focos de deforestación en Colombia.
La magnitud de la tala y la quema ilegal está mostrando cómo, sin ninguna gestión ambiental ni social, el posconflicto colombiano corre el riesgo de repetir la tragedia de El Salvador, que perdió la tercera parte de sus bosques tras los Acuerdos de Chapultepec en 1992.
“No hay en toda la Amazonía un proceso más acelerado de deforestación. Este es el caso emblemático deberemos decidir si vamos a honrar el Acuerdo de paz y vamos a cerrar la frontera agropecuaria en una de las áreas más sensibles del país y en un lugar donde tenemos un compromiso de deforestación cero. Este es realmente el caso piloto de implementación del punto agrario”, dice Rodrigo Botero, quien dirigió la oficina territorial de Parques Nacionales en la Amazonía durante diez años y es una de las personas que mejor conoce la región.
Su Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS) viene documentando -mediante largos sobrevuelos, mapas georreferenciados y trabajo con las comunidades locales- el vertiginoso ritmo de la destrucción ambiental, que viene en crescendo desde que comenzó el proceso de paz con las Farc en 2012.
Para complicar las cosas, el trazado de la Marginal es un auténtico sancocho donde se mezclan muchos de los problemas rurales del país: abundancia de coca, presencia de una de las disidencias más grandes de las Farc, acumulación indebida de tierras baldías, tala ilegal y ausencia del Estado.
Esto está facilitando la destrucción de extensos parches de bosque en una zona que hasta hace poco estaba bien preservada y que los científicos -que apenas están comenzando a explorarla- ven como un pequeño arca de Noé en el punto donde confluyen la Amazonía, la Orinoquía y los Andes.
Para ellos, el mayor riesgo es que se pierda la conectividad de los distintos ecosistemas que van desde el páramo de Sumapaz en los Andes hasta la punta del trapecio amazónico, una línea que es la que permite que las poblaciones animales y vegetales tengan diversidad genética y no se acaben. Y que, de paso, se convierta en el abrebocas de una colonización desenfrenada y sin control en la puerta de entrada a la Amazonía.
En la región hay mucho realismo de que la carretera seguramente se construirá. Por eso, para la mayoría la cuestión es cuáles serán los criterios de ingeniería y cómo garantizarán que ese tesoro natural no se desvanezca.
“Acá en Colombia se cae un edificio y creamos la ley Space. Se inunda medio país y sacamos la ley de gestión del riesgo. En todo somos reactivos: todos nuestros esquemas normativos vienen después y no como prevención. Sabemos que la carretera es una realidad. Cómo la hacemos es la cuestión”, dice Angélica Rojas, una zootecnista guaviarense que ha trabajado por años en ordenamiento territorial en el departamento.
Eso implica pensar también en las oportunidades de desarrollo social que podrían desaparecer si con ellas se va el bosque que conecta a la Amazonía con el resto del país. Porque, como vienen demostrando otros conflictos socioambientales como los de los páramos, la mejor –y a veces única- manera de conservar los ecosistemas estratégicos es con alternativas económicas viables que monten a la gente que vive allí en el bus de la conservación.

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