El fracking en EEUU seriamente golpeado

La debacle de los precios del petróleo pone en apuros al 'fracking' de EEUU

Fecha de Publicación
: 18/03/2020
Fuente: El Periódico (España)
País/Región: Estados Unidos


Contaba ‘The Washington Post’ que desde el lunes suenan en la centralita de la Casa Blanca los teléfonos de sus aliados en la industria del petróleo. Llamadas ansiosas para pedirle al presidente Donald Trump que acuda al rescate del sector, asfixiado desde que el valor del crudo se desplomara a principios de semana por las consecuencias del coronavirus en la actividad económica y la guerra de precios abierta entre Rusia y Arabia Saudí. La Casa Blanca teme que la sacudida aboque a la quiebra a decenas de compañías de una industria altamente endeudada pese a su prodigioso desempeño de los últimos años. El petróleo ha sido generoso con sus donaciones a Trump y el presidente no ha tardado en concederle las primeras medidas de auxilio.
El viernes anunció un plan para incrementar las reservas estratégicas de petróleo con la compra de millones de barriles de crudo a cargo del erario público. Una medida que aumentará la demanda para los productores estadounidenses, ayudándoles así a atemnperar la caídas de los precios. Su impacto fue casi inmediato. El barril se apreció casi un 5% al cierre de los mercados el viernes. Se espera inicialmente que el Gobierno adquiera 92 millones de barriles, el equivalente a todo el petróleo Tejas produce en 18 días.
La reserva estratégica se creó en 1975 como respuesta al embargo árabe. Desde entonces se ha dedicado a almacenar crudo para poder liberarlo en situaciones extremas de escasez o precios prohibitivos. Trump ha aplicado la lógica inversa: ha aumentado las reservas para incrementar la demanda y empujar al alza los precios. Los combustibles fósiles son uno de los puntales económicos de EE UU. En la última década el país se ha llenado de pozos, tan invasivos que en muchas regiones ocupan zonas pobladas, bombeando gas y petróleo frente a colegios, urbanizaciones o templos de culto con escasa consideración por los riesgos medioambientales que acarrean. Pero también gracias al 'fracking', que encontró la alquimia para liberar las burbujas de hidrocarburos almacenadas en las rocas de esquisto, Estados Unidos se ha convertido en el primer productor mundial por delante de Rusia y Arabia Saudí. El boom ha generado cientos de miles de empleos, ha revitalizado zonas deprimidas y ha logrado que EE UU vuelva a ser un exportador neto de crudo por primera vez desde los años setenta. Una abundancia que ha contribuido a reducir su déficit comercial.
Pero hay un problema. La mayoría de compañías del sector no dan beneficios, casi nueve de cada diez concretamente, según un estudio de la consultora Rystad Energy. Buena parte de sus ingresos se reinvierten en nuevas prospecciones porque, a diferencias de los yacimientos tradicionales, los pozos de esquisto tienen una vida corta que ronda entre los 18 y los 24 meses. Con algunas excepciones, la consecuencia es una industria endeudada hasta los huesos, que vive del crédito y en muchos casos requiere unos precios cercanos a los 50 dólares el barril para ser sostenible.
De ahí que los acontecimientos de esta semana, cuando el precio del crudo sufrió su peor caída desde la guerra del Golfo de 1991 para rondar los 30 dólares el barril, desatara el pánico en la industria. No solo por el desplome de su valor, sino también por la fuga de inversores de los títulos del sector. “No creo que la industria vaya a ser vapuleada como sucedió en los años ochenta, pero las compañías más endeudadas tendrán que declararse en quiebra para poder reorganizarse”, asegura a este diario Detlef Hallermann, analista del Texas A&M Energy Institute.
El desencadenante fue la decisión saudí de aumentar la producción después de que Rusia se negara a plegarse al recorte propuesto por el cartel de la OPEC liderado por Riad. En plena caída de la demanda por los efectos del coronavirus, unos y otros optaron por abrir el grifo para inundar el mercado con oro negro barato. Una decisión que desde EE UU se ha interpretado como un intento de destruir a su industria, algo parecido a lo que ya sucedió en 2014. “Se están aprovechando de la pandemia de coronavirus que recorre el mundo para apuntar a esta industria y devastarla”, dijo hace unos días Harold Hamm, presidente de Continental Resources.
Hamm es uno de los grandes barones del petróleo estadounidense, donante de Trump y uno de sus asesores económicos. Su compañía perdió el lunes más de la mitad de su valor en bolsa, poco antes de que pidiera a la Administración la apertura de una investigación ‘antidumping’ contra Moscú y Riad. Hace cinco años los inversores, particularmente los fondos de ‘private equity’, acudieron al rescate del sector, pero esta vez hay muchas dudas de que vaya a repetirse porque ni el retorno ha sido el esperado ni las bolsas están para muchos riesgos, según los expertos.
Algunas compañías ya han adoptado medidas para afrontar la tormenta. Han reducido dividendos, recortado su inversión en capital y cancelado nuevas prospecciones. Sobre el sector pesa una onerosa espada de Damócles: más de 200.000 millones de dólares en deuda a devolver en los próximos cuatro años, según el análisis del Moody’s Investors Service. La previsión es que numerosas compañías tengan que declararse en suspensión de pagos si no se soluciona pronto la disputa entre Rusia y la OPEC. JP Morgan ha vaticinado que las quiebras “aumenten significativamente” cuando venzan los contratos a futuros en 2020. Habla concretamente del 24% de las empresas del sector, que podría aumentar hasta el 41% en las compañías de servicio dedicadas a la exploración y la producción.
Esa perspectiva genera escalofríos en la Casa Blanca. Trump no solo ha hecho suyo el boom del esquisto, por más que tomara cuerpo con Barack Obama, sino que enfrenta en noviembre una reelección que dependerá en gran medida de la marcha de la economía y de su respuesta a las ramificaciones del coronavirus.
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