La fauna africana y la necesidad de protección



Fauna africana ante la extinción

Fecha de Publicación
: 13/08/2018
Fuente: La Vanguardia (España)
País/Región: Africa


Algo pasa en el Kruger. Nada más entrar a la mayor reserva de vida salvaje de Sudáfrica, del tamaño de las provincias de Girona y Lleida juntas, aparece a lo lejos un todoterreno militar lleno de soldados que se dirige a una base militar frente al campamento Skukuza, el más grande del parque. Al rato, un helicóptero del ejército surca el cielo y, cuando nuestro vehículo gira en una curva, nos topamos con dos soldados a pie, pistola al cinto y sombrero de ala ancha calado hasta las cejas, observando el horizonte con unos prismáticos. El uniformado más alto mata la curiosidad del visitante sin demasiados miramientos. “Sí, estamos aquí por los rinocerontes, continúen su visita tranquilos que no hay problema”.
El parque Kruger, situado en la frontera entre Sudáfrica y Mozambique, se ha convertido en la primera línea de batalla contra los cazadores furtivos. Desde el año 2010, y ante el alarmante aumento de rinocerontes abatidos, el ejército desplegó a más de 500 rangers especializados en la lucha contra el furtivismo. Una escalada mortal explica la decisión: en el 2017, apenas 13 rinocerontes blancos fueron abatidos por furtivos en Sudáfrica, donde vive el 80% de esta especie de paquidermos. En los últimos cinco años, han sido cazados más de mil cada año, más de tres al día; la mitad (504 el año pasado), en el Kruger.
La demanda de cuerno de rinoceronte en Vietnam y China, donde se considera un producto de lujo o se le atribuyen propiedades como la cura del cáncer o el aumento del vigor sexual, ha disparado su precio en el mercado negro –una pieza de 10 kilos se vende por un millón de euros– y ha profesionalizado la matanza de rinocerontes: las mafias usan armamento pesado, helicópteros, lentes de visión nocturna. Han tejido una red corrupta de políticos y policías que les permiten sacar rápido el material del país.
Según Nick Fox, dueño del parque privado de Sabuya –un tercio de los rinocerontes de Sudáfrica vive en reservas de particulares–, la situación es dramática. “Es una matanza, y estamos en un punto crítico. Los furtivos matan más rinocerontes de los que nacen al año, así que si esto no cambia, estamos en el punto de no retorno. En menos de 20 años la especie se extinguirá”.
A la preocupación de Fox se le suman el miedo y la desesperanza general. Debido al peligro que suponen las mafias y los elevados costes de una unidad privada de antifurtivos –a partir de los 63.000 euros al año, según el tamaño de la finca–, cada vez más familias optan por no tener rinocerontes en sus terrenos. Las reservas privadas sudafricanas con estos paquidermos han pasado de 400 en el 2009 a 320.
El rinoceronte blanco es sólo un síntoma más de la amenaza que sufre gran parte de la fauna salvaje de África. Según un informe respaldado por las Naciones Unidas, la acción del hombre podría llevar a la extinción de la mitad de los mamíferos y las aves del continente africano antes del año 2100.
Además de la caza furtiva, el estudio Servicios de biodiversidad y ecosistemas para África señala el cambio climático y el aumento demográfico de la población, y la consiguiente destrucción del hábitat, como los principales factores del descenso de la fauna africana.
Según este informe, en el que han colaborado 550 expertos de todo el mundo coordinados por la plataforma Ipbes, aproximadamente unos 500.000 kilómetros de tierra africana –una superficie similar a la de España– se han degradado por la “sobreexplotación de los recursos naturales, la erosión, la salinización o contaminación”.
El informe apunta especialmente a la relación entre la explosión demográfica, la urbanización y la pérdida del hábitat de los animales. “La biodiversidad del continente será sometida a una presión incluso mayor porque la actual población de África, de unos 1.250 millones, se prevé que se doble hasta los 2.500 millones de habitantes en el 2050”.
El riesgo futuro para la vida salvaje ha hecho alzar las voces de alarma porque se viene de un panorama preocupante. En los últimos 30 años, la población de jirafas se ha reducido un 40% y, en dos décadas la de leones ha descendido un 43%. Los grandes felinos, que necesitan grandes extensiones de territorio para cazar, son los más perjudicados por la ocupación de su hábitat por los humanos y se llevan la peor parte en caso de conflicto: el pasado mes de junio, nueve leones de una misma manada en el Serengueti (Tanzania) fueron envenenados por pastores después de que los felinos atacaron a su ganado.
Para el guepardo, el mamífero terrestre más veloz, la situación es peor: en un siglo su hábitat se ha reducido en un 89% y su población ha pasado de 100.000 a menos de 7.000. En los últimos tres años, una nueva amenaza sobrevuela ambas especies. Según la Unión Internacional para la Conservación de la naturaleza, ante la escasez de tigres en Asia –quedan menos de 4.000– se ha incrementado la caza furtiva de grandes felinos africanos para arrancarles las garras y colmillos y hacerlos pasar como partes de tigre y venderlos como pendientes o amuletos en los mercados de Asia.
Xavier Surinyach, naturalista catalán y miembro de la plataforma ecologista Serengueti Watch, cree que este escenario no invita a la esperanza. “Me gustaría ser optimista, pero no lo puedo ser. Lo que está ocurriendo es equiparable a una guerra. La fauna salvaje está en medio de un conflicto que no puede combatir. Los animales son víctimas de la estupidez humana”.
Para Surinyach, que en los últimos 17 años ha visitado reservas africanas en hasta 23 países, las agresiones a la vida salvaje son perceptibles a simple vista. “No sólo es la caza furtiva, cada vez hay más sequías que provocan una gran mortalidad, y el crecimiento expo­nencial de la población provoca que el hombre no sólo destruya su hogar, sino que también lo ocupe para cultivar u otras actividades. A eso debemos sumar también la falta de escrúpulos de compañías mi­neras que quieren extraer la riqueza del subsuelo de las reservas”.
Otro síntoma del problema es el elefante. Más de 33.000 ejemplares son abatidos cada año por los furtivos, que comercian clandestinamente con el marfil de sus colmillos. Grupos rebeldes y mafias de furtivos organizados se aprovechan de la inestabilidad en Re­pública Democrática de Congo, ­Sudán del Sur, Sudán, República Centroafricana y Chad para introducirse en países vecinos, cazar paquidermos y transportar el marfil a los mercados chinos. La escabe­china ha alcanzado cifras de vértigo. En el 2015, el gobierno de Tanzania denunció que en cinco años había perdido el 60% de la población de elefantes en sus parques, de 110.000 a menos de 45.000.
Al menos uno de cada cuatro elefantes de todo el continente ha sido abatido por furtivos en los últimos siete años. Según Surinyach, la amenaza de los furtivos ha cambiado el comportamiento de los grandes paquidermos. “Cada vez se ven grupos más pequeños, sin ejemplares de gran tamaño, y a la mínima presencia de humanos, se ponen nerviosos, rodean a las crías y se alejan. Esto no era así hace unos años”.
Pese a la gravedad de la situación, el informe del Ipbes señala que algunas medidas tomadas por los gobiernos africanos van en la buena dirección, como el establecimiento de nuevas áreas protegidas, una mejora de la gestión de las reservas, la restauración de ecosistemas y una red de corredores para la fauna salvaje. Desde el continente africano también se defiende la naturaleza con unas buenas dosis de valor.
En el parque nacional de Virunga de República Democrática de Congo, donde viven parte del millar de gorilas de montaña vivos en el mundo, los guardias de la reserva libran una lucha diaria con los furtivos y los grupos rebeldes para defender la biodiversidad. A menudo, dando la vida por la causa: más de 150 guardabosques y rangers del parque han sido asesinados por furtivos en la última década.
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