Selva o muerte, los mayas contra la tala




Selva o muerte: La batalla de los mayas contra la tala y la deforestación

Fecha de Publicación
: 08/12/2016
Fuente: El Diario
País/Región: México


Los ejidatarios son pieza clave en la Península de Yucatán por ser los propietarios del 70% de la tierra donde la deforestación equivale a 80,250 hectáreas por año
Santos García da un tirón a la polea para echar a andar la motosierra y con movimientos precisos derriba en 10 minutos un árbol. Nada que no haya hecho durante décadas, excepto porque hasta hace seis años era,  sin saberlo, un “talamontes” ilegal y  hoy es un pilar para salvar a uno de los pulmones de Latinoamérica: la selva maya.
Los ejidatarios como Santos son pieza clave en la Península de Yucatán por ser los propietarios del 70% de la tierra donde la pérdida de cobertura forestal (deforestación) equivale a 80,250 hectáreas por año.
“Yo cortaba cualquier árbol que quería hasta que un día vi en la televisión que quien talaba sin permiso se convertía en delincuente “, recuerda Santos después de picar la leña.
Hasta hace poco en su municipio –uno de los cinco que conforman el corredor biológico de la región del Puuc al sureste del estado- talaban la selva sin ningún criterio, por igual los árboles jóvenes, viejos; grandes, chicos, para abrir paso a la agricultura y ganadería, la  construcción de sus casas, la cocción de sus alimentos y hacer carbón.
Santos “tumbó” cedros, ramones, puktes y jobos para hacerse de madera y sembrar maíz y así criar a los nueve hijos que le salieron enfermizos y necesitaban constantemente medicamentos para diarrea y tosferina.
Este campesino de origen maya de 59 años ignoró toda su vida que sus acciones aportaban con mucho a la emisión de cinco millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2) que cada año se emiten a la atmósfera en la península de Yucatán por deforestación, lo que impacta directamente en términos de cambio climático.
El biólogo y secretario de Desarrollo Urbano y Medio Ambiente del estado de Yucatán Eduardo Bartolli explica que entre la deforestación y el uso excesivo de agroquímicos se ha formado un peligroso cóctel en la península que comparte el mismo sistema de túneles subterráneos por donde fluye el agua.
“La tala inmoderada comenzó a romper con los sistemas naturales  y abrieron espacios para más plagas e insectos que se combaten con químicos que se filtran al subsuelo, a los ríos subterráneos, y cada vez tenemos más cáncer de mama, niños con leucemia y abortos prematuros”.
En San Agustín aún no tienen registros altos de ese tipo de enfermedades ni han llegado al extremo de ejidos donde, al quedarse sin guano y madera (el material con que hacen sus casas),  roban a los vecinos y generan conflictos; sin embargo, sí han tenido que trabajar duro para revertir las consecuencias como la falta de lluvia, la desertificación de la tierra y la la reducción de la flora y fauna en especies tan representativas de la zona como el jaguar.
“Nosotros no queríamos seguir dañando a nuestro entorno y buscamos ayuda”, dice Petronilo Canul, un ejidatario de 62 años que acompaña a Santos por la selva.
Así llegaron a la Alianza México para la Reducción de Emisiones de carbono por Deforestación y Degradación (REDD+) que busca fortalecer el desarrollo rural y forestal bajo en carbono con buenas prácticas y lograr “cero” deforestación para el año 2030, tal como se comprometió México ante la ONU.
Esto significa un plan conjunto entre autoridades de medio ambiente, organizaciones no gubernamentales y campesinos como en la región del Puuc, donde crearon una Junta Intermunicipal Biocultural para convencer a todos los pobladores de que el futuro es convivir con la selva: sembrar entre los árboles, no tirarlos; alimentar a plantas y animales con productos naturales y no químicos.
“Si no cambiamos nuestro comportamiento nos vamos a destruir a nosotros mismos”, advierte Minnet Medina, directora  de la junta, en entrevista con este diario.
Por eso la importancia de gente como Petronilo, Santos y ejidatarios de San Agustín que antes talaban árboles sin orden y hoy los tienen inventariados uno a uno y miden el  crecimiento de sus troncos centímetro a centímetro para no cortarlos hasta que alcancen su madurez.
Ellos han hecho tan bien su trabajo que actualmente la Comisión Nacional Forestal les autorizó este año aprovechar 6200 hectáreas de árboles cuya madera comercializan para usos múltiples pues cuentan con 19 tipos.
El 2015 vendieron 18 toneladas de carbón a una empresa en San Luis Potosí; este año, varas guía para los cultivos de jitomate y pepino de la compañía estadounidense Valle Sur y madera para la fabricación de palillos de dientes Pingüino.
“Nosotros estamos ahora muy contentos: si la tierra nos da de comer, ¿qué más queremos?”, dice el ejidatario Petronilo, quien hace rato dejó atrás la selva y organiza el aserradero comunal ubicado en el centro de su comunidad mientras Santos regresa a su parcela donde cultiva calabazas, frijol y piñas, ¿quién diría que aquí se daban las piñas y hoy tiene 70 matas?
“Estoy haciendo un experimento porque casi toda mi vida sembré sólo milpa”, dice mientras camina con un machete en la mano. “Uno siempre debe estar dispuesto al cambio para bien ¿por qué no?”.
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