La agroindustria está solo a favor de las corporaciones



La agroindustria, al banquillo

Fecha de Publicación
: 20/01/2015
Fuente: DW
País/Región: Internacional


La agroindustria, impulsada por grandes corporaciones productoras de semillas, pesticidas y fertilizantes, es el camino equivocado, según dijeron expertos en Berlín, que calificaron el caso argentino como un suicidio.
 “La producción de pienso animal y combustibles vegetales ocupa grandes extensiones de tierra cultivable, que no se usan para alimentar a la población mundial. Por lo menos mil millones de personas padecen de hambre crónica”, afirma Barbara Unmüßig, directora de la Fundación Heinrich Böll, cercana al partido de Los Verdes. Junto con OXFAM Alemania y el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), la fundación organizó un simposio que discutió las consecuencias del modelo de producción agrícola industrial y el potencial de la producción ecológica.
Con motivo de la feria internacional de la agricultura, Grüne Woche (Semana Verde), que ha abierto sus puertas en Berlín, se esperan este fin de semana en la capital alemana manifestaciones de agricultores que denuncian que la agroindustria, dominada por multinacionales que impulsan tecnología genética en los campos de cultivo, destruyen la diversidad y provocan erosión de grandes extensiones de tierra. Según Unmüßig, cada año se pierden 24 millones de hectáreas de tierra cultivable debido al uso excesivo de fertilizantes, herbicidas y pesticidas. Distintas organizaciones, como WWF, denuncian que la ganadería intensiva es responsable del abuso que sufren los animales para abastecer de carne barata el mercado. Afirman que la tendencia es una industrialización global de la agricultura, con consecuencias más graves para los países del sur, en donde los campesinos pierden sus tierras por la especulación.

República Unida de la Soya
“Los agricultores en Argentina y en Paraguay están enfrentando el problema de la competencia por la tierra, cuyo precio se ha disparado en el mercado y está multiplicado por diez en este momento”, afirma Walter Pengue, de la Universidad Nacional General Sarmiento (UNGS), que destaca la competencia asimétrica a la que se enfrentan los agricultores argentinos. Pengue cuestionó el actual sistema de producción agrícola, basado en monocultivos de soja, que les ha valido a Argentina y Paraguay el apelativo de “República Unida de la Soja”.
“El problema de la agricultura industrial es que es un modelo que sobreexplota los recursos naturales y no tiene en cuenta la necesidad de tener agricultores”, señala Pengue, que añade que en el caso argentino, el gobierno es parte del negocio. Y agrega: “Del 100% producido, el gobierno se queda con el 35% por concepto de impuestos a la exportación. Al agricultor le queda el 65%. En países de la Unión Europea, Estados Unidos y Japón, los gobiernos subsidian a sus agricultores, y de manera diferida a las empresas. En Argentina son los agricultores los que subsidian al gobierno. Lamentablemente ese subsidio viene de la sobreexplotación de los recursos naturales, no es gratuito, lo que pone en peligro la sustentabilidad a mediano plazo y a las generaciones futuras”.

El suicidio del campo argentino
En Argentina la producción de granos de soja ocupa el 55% de la producción y de continuar en picada su precio provocaría un problema para el gobierno, según Pengue, que recordó la célebre cita de José Martí: “Un pueblo que se dedica a una única producción se suicida. Se lo decía a los cubanos por la producción de caña de azúcar, pero vale para el caso argentino; concentrarse en un único cultivo, para un país que tiene el gran potencial agrícola, productivo y de recursos naturales como la Argentina, es un suicidio”.
Marc Curtis, autor británico, consultor y periodista, expuso la situación de diez países africanos, cuyos gobiernos destinan enormes subsidios a la compra de fertilizantes para sus agricultores. Malawi, por ejemplo, dedicó el 51% de su presupuesto agrícola en 2012/2013 a un programa de subsidio de fertilizantes. Según Curtis, las grandes corporaciones están imponiendo sus semillas y sus químicos en países en desarrollo y en el resto del mundo, haciendo creer que sus productos son imprescindibles. “La evidencia muestra que no son necesarios. Las prácticas agroecológicas son mucho más redituables para los agricultores”, dice Curtis.
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