Transgénicos, etiquetados y polémica

¿De qué sirve etiquetar los alimentos transgénicos?

Fecha de Publicación
: 28/05/2013
Fuente: El Espectador (Colombia
País/Región: Estados Unidos - Internacional


El Senado de EE.UU. se negó a exigir a los productores que informen a los consumidores su proveniencia. Activistas no confían del todo en los efectos de estos avisos.
El Senado de Estados Unidos acaba de negarse a modificar su ley de seguridad alimentaria para exigirles a los fabricantes de transgénicos que etiqueten los empaques de los alimentos que posean ingredientes genéticamente modificados, como se exige en 64 países (entre ellos Rusia, Japón, China, Australia y los miembros de la Unión Europea).
La enmienda permitiría informar a los consumidores el origen de la comida que se llevan a la boca: maíz, soya, canola y muchos de sus derivados que podrían terminar en el comedor luego de crecer en los 170,3 millones de hectáreas de cultivos alterados genéticamente que existen el mundo. Aunque más de 100 organizaciones civiles apoyaban la modificación de la ley, los votos en contra de 71 senadores, frente 27 a favor, terminaron hundiendo el proyecto.
El debate frente a los etiquetados fue uno de los temas que se tocaron en el foro público “La problemática de los cultivos transgénicos en América Latina”, el viernes pasado, en la Universidad Nacional, en Bogotá, donde se encontraron más de 20 expertos de la región que le recordaron al auditorio que este continente se convirtió en el principal proveedor de transgénicos del planeta.
Mientras Brasil concentra el 36,6% de estas tierras cultivadas en el mundo, Argentina alcanza el 23,9%. “Sólo para tener una idea de la magnitud de la granja transgénica brasileña, puede decirse que sus 314.000 km² de cultivos de soya modificada podrían ocupar la suma de los territorios de Holanda, Bélgica, Luxemburgo y el Reino Unido”, ejemplificó Elizabeth Bravo, miembro de la ONG Acción Ecológica, de Ecuador, y coordinadora de la Red América Latina Libre de Transgénicos (Rallt).
Grupos de activistas internacionales, como Greenpeace, el Grupo ETC, Rallt y algunas asociaciones de campesinos, se han declarado en férrea oposición a estos cultivos, denunciando nocivos efectos ambientales y para la salud que se relacionan con el uso de fertilizantes y herbicidas utilizados para su producción (como el glifosato).
“Empresas y gobiernos impulsaron estos productos justificando que su cultivo requeriría menos químicos, garantizaría en volumen la alimentación de un mundo cada vez más poblado y ahorraría costos en la producción, pero lo que ha ocurrido es que aparte de que se ha comprobado científicamente que los cultivos nativos son más productivos que los modificados, han aparecido unos 20 tipos de hierbas invasoras resistentes a los herbicidas y nos han llenado de tóxicos (en Alemania —donde ni siquiera se producen estos alimentos, sino que se compran— se han encontrado muestras de orina con altas concentraciones de glifosato)”, dice la uruguaya Silvia Riveiro, investigadora del Grupo ETC.
Las acusaciones, que van desde la contaminación de ecosistemas hasta las malformaciones en animales (como las expuestas el año pasado por el biólogo francés Gilles-Éric Séralini, quien aseguró que un grupo de ratas sometidas a una dieta de maíz Monsanto había presentado insuficiencias renales y necrosis de hígado), han sido rechazadas una y otra vez por las únicas seis grandes compañías dueñas del negocio de las semillas transgénicas: Monsanto, Dupont, Bayer, Syngenta, Basf y DowAgro Sciences. Todas ellas aseguran que 25 años después de la llegada de los alimentos biotecnológicos al mercado, se puede decir que éstos son seguros para el consumo humano y no deberían ser tratados de manera diferente a otros alimentos.
Pero otra cosa piensan investigadores como el médico argentino Andrés Carrasco, director del Laboratorio de Embriología Molecular de la Universidad de Buenos Aires, quien ha investigado la introducción de estos cultivos en su país y los efectos de las aspersiones aéreas de glifosato: “Se están manipulando los sistemas reproductores de las plantas sin conocerse siquiera los alcances que puede provocar esta manipulación del genoma en quienes las consuman. Se está interrumpiendo la relación natural de coevolución entre el alimento y los animales o humanos que los consumimos, desafiando siglos de evolución de ambas especies”.
Además, agrega el colombiano Germán Vélez, director del Grupo Semillas, “las etiquetas no son el camino para la solución del problema de los transgénicos. Pueden ser útiles en países como Brasil y Argentina, en donde se puede decir que toda la soya que se consume es genéticamente modificada, pero en Europa y en Colombia, donde todavía podemos dar la pelea por una alimentación limpia, ese tipo de iniciativas no puede ser el caballo de batalla. En Colombia no necesitamos etiquetas sino una reglamentación que obligue a que la alimentación básica se encuentre libre de transgénicos”.
Vélez explica que mientras en Colombia sólo se exige que las cajas que contienen alimentos transgénicos importados estén marcadas hasta su entrada a los puertos, sin que en los supermercados se indique su origen, en Europa las etiquetas han sido utilizadas por otros productores para sacar provecho del mercado: “Se están promoviendo consumidores de primera y segunda categoría, pues los productos ‘libres de modificaciones’ se están vendiendo más caros”. Sin embargo, el ingeniero agrónomo defiende el derecho de los consumidores a conocer el origen de los productos que llegan a sus neveras. Finalmente, es lo que comen.
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